Columna


Quién manda a quién

CECILIA LÓPEZ MONTAÑO

03 de octubre de 2012 12:00 AM

CECILIA LÓPEZ MONTAÑO

03 de octubre de 2012 12:00 AM

No es casualidad que aparezcan el mismo día: una página en El Tiempo, escrita por Juan Gossaín titulada "El Remate público de Cartagena"; otra columna de Óscar Collazos sobre "El acoso que no cesa", o el poder de empresarios reconocidos en la ciudad; peticiones de hacer algo por Cartagena en e-mails y columnas en periódicos locales, de gente y amigos que piden auxilio. Cartagena, como se ha dicho, está en crisis de gobernabilidad. No es sólo la lamentable enfermedad del alcalde Terán, sino muchos otros elementos que agravan a esta ciudad, que se supone no solo es el orgullo de los cartageneros, sino de los colombianos.
Nadie está libre de un cáncer y el Alcalde tiene la solidaridad de todos. Pero frente a un cargo público, se tiene que decidir bien. Primero, la gente tiene derecho a saber de la salud de sus funcionarios y eso no se resuelve con maromas en la TV para demostrar buen estado físico. Segundo, es inadmisible que personas de la familia, como la hija del Alcalde, a quien nadie eligió y a quien él no puede nombrar en nada, mande en sectores de la administración, causando la salida de funcionarios reconocidos. Tercero, el derecho de las cosas es la verdad y enseguida, decidir lo que toca: licencia o retiro permanente según sea la situación del Alcalde Terán. Y cuarto, las barbaridades que denuncia Juan Gossaín de la empresa Hyundai, cuya cabeza es el empresario Carlos Mattos, con bendición de la autoridad local, según él, demuestran que muchos acechan esta debilidad institucional y seria crisis para beneficio propio. Tanto que nos quejamos los costeños del centralismo y si no hubiera sido por la ministra de Cultura, ahí permanecería el esperpento, como de una manera mejor lo describe Juan.
O la gente buena de Cartagena se pone al frente y pide ayuda al Gobierno nacional, o esta ciudad será como dice Juan, rematada gracias a la terrible unión de políticos corruptos y empresarios avivatos, locales e importados, que se adueñan de la ciudad, de su patrimonio histórico y por consiguiente de su futuro. Todos tenemos la culpa, especialmente sectores al margen de la dirección de la ciudad, pero que sí van a las fiestas de los políticos corruptos. Lo primero que se debe hacer para darle el norte a Cartagena es no poner la solidaridad de clase por encima de la solidaridad con su ciudad y con esa pobreza absoluta de sus habitantes.
Cuando el sector privado hace alianzas perversas con la política, como parece suceder en Cartagena, hay que replantearse el papel de la clase privilegiada, que se ha marginado por la corrupción de la política. Esa ya no es disculpa. Se requiere gente distinta, formada, que no necesita ayuda de personajes que solo piensan en su propio beneficio, que estén dispuestos a sacrificar ingresos, tiempo y tranquilidad para trabajar por sus hijos y nietos, que no se merecen una Cartagena destruida.
También los que tenemos a Cartagena como nuestra ciudad adoptiva y tenemos algún tipo de influencia, debemos presionar para que el Estado, no sólo el Gobierno, actúe, impida barbaridades, y no se limite a pasarla bien los fines de semana en esta maravillosa Cartagena que muchos de sus supuestos líderes no han podido acabar del todo.  

cecilia@cecilialopez.com

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