¿Por qué los chinos, que acogieron la propiedad privada y entraron a competir en el mercado global, no quieren ponerle democracia a su sorprendente evolución económica? En otras palabras: ¿por qué si son liberales en economía no lo son en política? Porque piensan que si en veinte años coronan su aspiración de ser la primera potencia económica, por encima de los Estados Unidos, la Unión Europea y la India, su carácter de imperio todopoderoso obligaría al resto de la Humanidad a copiar su modelo de Estado o a ellos a imponerlo con sabias mañitas. Imperio que se respete trata de acomodar el mundo a sus intereses y antojos, y en el caso de la China con una ayudita de Irán, Norcorea y Venezuela. No es, pues, que los chinos van a llegar al Estado Social de Derecho porque se montaron en la onda del capitalismo, sino al revés: que la comunidad internacional se montaría en la onda totalitaria porque el gigante amarillo demostraría que la propiedad individual de los medios de producción es compatible con el Estado policivo y con el sistema de partido único. ¿Quién quita que ese sea el punto básico del testamento político de Deng Xiaoping? ¿Un absurdo? No. Pensarán los chinos que de la misma manera como rompieron la ortodoxia del dúo democracia-capitalismo, enzarzando la opresión política con la libre empresa, allá, en la inmensidad de su solar, pueden repetir su hazaña en toda la geografía planetaria, y así, a través de la práctica, modificar de modo radical la teoría política. Los enciclopedistas franceses, los gringos de “El Federalista” y el constitucionalismo que desplegó velas después de que el despotismo fuera sustituido por los tres poderes y el feudalismo por el individualismo, quedarían revaluados de golpe y porrazo. No tengo pararrayos que me proteja de una tempestad de anatemas, pero el talante del delfín de Hu Jintao no permite sostener una hipótesis distinta. Enigmático e indescifrable, entiende que el poder que ya saborea tiene un destino para la China, no para los émulos que dejará a la zaga de su desarrollo descomunal. Y no será Peng Liyuan, su esposa, una carismática cantante de folk rock que arrebata multitudes, la que lo convenza de hacer una historia que no cuadre con lo que se proponen los hombres fuertes de su civilización y su partido. Los optimistas de Occidente pudieran pensar que Xi Linping sería el gemelo de Gorbachov con otra perestroika y otra glásnost al estilo chino. ¡Quimeras! Un dirigente que reemplaza en la Vicepresidencia de su nación a Quinhghong (el King Kong del equipo) es, tiene que ser, el puño fuerte del comunismo posmaoísta, cuyo aparato continúa engrasado con la savia más concentrada de la ideología. La senda del comunismo chino fue diferente de la del comunismo soviético. Un libro riguroso de Jean Jacques Leveque dio cuenta pormenorizada de ese conflicto y del convencimiento que los orientales tenían de su supervivencia si se desplomaba el Telón de Acero. Todo imperio naciente trae su hoja de ruta, y viene con sus estadistas, teóricos, políticos, economistas, científicos y masas. Con un cambio como este que presiento, los nombres de Juan Jacobo Rousseau, John Locke, David Hume y Alexis de Tocqueville, serían anulados por los de Chiang Duxiu, Sun Dazhao, Chen Qiubai y Muñol Von. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es
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