Mientras los andinos desprecian al lagarto, acá en el trópico simpatizamos con su parienta la iguana pero nos comemos sus huevos. Algo parecido hace el Estado colombiano aunque la exalta como símbolo de la explotación petrolera, y…;en cambio el sapo representa detestable conducta y recibe profundo rechazo.
Sapo le decimos al adulador, arribista, y desvergonzado que por interés se inclina ante otro. Se le endilga a mucha gente que cambia de criterio como de interlocutor. Que intenta compensar su escaso talento con desvergonzados procederes, y que tiene una especie de columna vertebral muy flexible, apropiada para su genuflexa condición.
El sapo posee gran habilidad para colarse en todo evento, y posicionarse estratégicamente en primera fila. Hay muchas especies, desde algunos ceremoniosos que impostan la voz al decir naderías, hasta el pérfido intrigante que recorta distancias para acceder a un círculo que considera superior a su nivel, y logra beneficios de toda índole.
Pero eso de la sapería es complicado y caprichoso. Hemos visto gente importante sapeándole a algunos peleles. Hay empresarios exitosos y políticos influyentes que son sapos.
La sapería es una institución que crece a diario, pese a ser desdeñada por el género humano. Ha servido para descalificar competidores, al atribuir triunfos y éxitos ajenos al “sapeo”, y no a inteligente desempeño.
En la conducta del hombre Caribe el rechazo a la sapería nos lleva a actuar, casi siempre, con suma cautela. Así creemos estar vacunados contra esa epizootia. Nuestro rechazo a la sapería es decoro, vergüenza y dignidad.
Cuando llegamos a la lisonja sincera y al elogio cariñoso nos cuidamos de no exagerar la nota, para no terminar en detestable sapería. Pensamos que los sapos se sienten felices cuando logran cosas con su rastrero proceder. Pero no es así. Todos los sapos saben que lo son. Cuando están solos deben sufrir tremendamente.
Pese al susto que nos produce la posibilidad de ser sapos, todos hemos caído en ella alguna vez. Cuánto pesar nos causa una actuación en las fronteras de la sapería, aunque creemos estar blindados contra ella. Cuando nos metemos en algún asunto y nos salen con un desplante, nos recriminamos diciéndonos: "está bien que me pase por sapo".
En las visitas de personajes, como saben que serán acosados por un corrillo de sapos, se hacen acompañar de una especie de cicerone, que por lo general es otro sapo, que los hace circular rápidamente en la reunión, indicándoles quiénes son los unos y los otros en el entorno. Las gentes más representativas poco se acercan por temor a que los tomen por sapos. Una cosa es un gesto amable y otra la abyecta sapería.
Hay quienes justifican la sapería por los rendimientos que produce. Un Congreso obsecuente con el Ejecutivo, justifica silente esa conducta por burocráticas concesiones y gordas tajadas en la contratación pública. Buenos presidentes, gobernadores y alcaldes se han dañado por los excesos de una comparsa de batracios.
En Roma cerca al Emperador había un funcionario que le decía: “Recuerda que eres humano”, cuando recibía homenaje apoteósico al entrar triunfante a la Ciudad Eterna.
¿Qué fue primero, la vanidad o la sapería?
*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.
augustobeltran@yahoo.com
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