Columna


Secuelas del Caguán

FRANCISCO SANTOS CALDERÓN

18 de febrero de 2012 12:00 AM

FRANCISCO SANTOS CALDERÓN

18 de febrero de 2012 12:00 AM

Hace diez años, y después de que al perro lo caparan decenas de veces, Andrés Pastrana acabó con el proceso de paz con las Farc y la zona de despeje del Caguán. ¿Cuál es el saldo de ese proceso ahora que hoy tantos tratan de mostrarlo como el último vaso de agua en el desierto?
El primer gran beneficio de ese proceso es que permitió que Álvaro Uribe fuera Presidente. Siempre se opuso a la zona de despeje, siempre criticó la manera errática como se manejó el proceso y nunca aceptó ser parte del desfile de personalidades nacionales e internacionales que iban a rendirle pleitesía a las Farc. El país, aburrido de ver cómo esos 42 mil kilómetros se convertían en una guarida de ladrones, secuestradores, narcos y terroristas, vio en Uribe la opción de acabar con esa vagabundería. Así, la agenda pública nacional pasó de la paz improvisada a la de seguridad estatal que se concretó en una reforma estructural para la seguridad, no basada en su privatización, sino en la derrota militar de la guerrilla.
Otra secuela positiva, que además fue de casualidad, es que muchos colombianos finalmente nos dimos cuenta del verdadero rostro de las Farc y entendimos que sus intenciones no eran de paz ni de negociación, sólo querían fortalecerse. Lo mismo sucedió con gran parte de la comunidad internacional (a excepción del tradicional onegeismo y de ciertos organismos multilaterales), que declaró a las Farc y al Eln terroristas y les cerró espacios de vocería internacional.
El costo de estos dos logros, y la verdad me cuesta verle otro beneficio a esos 3 años de entrega de soberanía a la delincuencia, fue alto. El primero, la consolidación militar y criminal de las Farc que hizo el trabajo de la seguridad democrática mucho más difícil. Aun hoy, después de los contundentes golpes militares que se les han dado, las Farc sobreviven y crecen de nuevo gracias a su negocio de narcotráfico que consolidaron en el Caguán y los convirtieron en el primer cartel de Colombia.
Un segundo efecto es el precedente de justificar el cambio en una sociedad a través de la violencia. Decía Andrés Pastrana que en su gobierno se negoció y no se pactó. A Dios gracias no se pactó porque en la mesa entregaron el modelo económico y social. Y dice que en el proceso con los paramilitares se pactó y no se negoció. A Dios gracias porque no había que negociar, así lo quisiera el asesor de los paramilitares el doctor Lucio y su acompañante, y sólo pactar la entrega y desmovilización.
La otra secuela negativa sin duda es haber perdido el dividendo de la paz, la oportunidad de lograr (por no hacerlo bien) una paz negociada. Se entregó terreno, agenda y no se logró nada. Pero se creó el antecedente, en el que insiste Pastrana, de una agenda que es inviable y que las Farc quieren retomar.
Y quedan tres lecciones para no olvidar. El resultado de la negociación no depende de la buena voluntad de las partes sino del balance político-militar entre ellas. Ninguna concesión por adelantado, se negocia hasta el agua. Los terroristas no tienen ninguna legitimidad frente a un Estado democrático que no les debe nada. Para no olvidar, Presidente Santos.

fsantosrcn@hotmail.com

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