Las consecuencias del peor invierno que ha tenido el país en los últimos 70 años han dejado al descubierto el drama nacional, con una contundencia y claridad pocas veces vista. Día tras día los colombianos se sientan ante el televisor a mirar los pueblos inundados, a los padres de familia, con el agua hasta el cuello, tratando de salvar las poquitas cosas salvables, a las mujeres llorando a los muertos del derrumbe más reciente.
Y no son escenas exclusivas del Chocó o de los caseríos miserables del sur de Bolívar. Atraviesan la geografía nacional, y se refieren, además de a los consabidos lugares de tragedia, a ciudades intermedias prósperas e incluso a las grandes capitales.
Que el invierno ha sido de proporciones enormes es una verdad de a puño, pero también lo es que muchas de sus consecuencias trágicas son en gran medida el resultado de la miseria estructural, que se agrava cada vez más en el país, de la ausencia de planeación, y, por supuesto, de la politiquería y de la corrupción que dominan la vida nacional.
Veamos: ¿Desde hace cuánto sabemos del riesgo que corren los habitantes de las lomas cartageneras, con sus construcciones precarias en terrenos inestables? ¿No se había, acaso, advertido una y otra vez sobre los riesgos que enfrentaban los habitantes de Bello, Antioquía? ¿Por qué se les permitió levantar sus viviendas en tan peligroso asentamiento? ¿Cómo es posible que en la muy próspera Bogotá, que según se dice es ejemplo de desarrollo urbano, exista una concentración de miserables tan grande como Ciudad Bolívar. Calles y calles de casas mal hechas, otra vez, en terrenos peligrosos, pobladas año tras año, ante la indiferencia de los políticos de turno. Sólo porque para muchos de ellos se trata de votos, así de simple: votos.
Agréguese a lo anterior, la costumbre de concederles permiso a los constructores para que levanten y vendan urbanizaciones en sitios anegables de la ciudad, tal y como sucedió hace ya cerca de 25 años con Villa Rosita o en terrenos no aptos para la construcción como ha pasado con varios barrios de Cartagena. Carreteras mal hechas, sin terminar o mediocremente terminadas, en un país que aspira a competir en el mundo globalizado. Sabemos hoy que la infraestructura vial de Colombia se encuentra deteriorada en un 80%.
El invierno ha sido horrible, es cierto. Pero más lo son las condiciones sociales de millones de colombianos, que no tienen la más mínima defensa contra sus rigores. Decenas de miles de ellos se encuentran ahora viviendo en refugios o entre el agua, expuestos a toda clase de enfermedades y de sufrimientos. Pareciera una cosa excepcional, pero, la verdad es que no les. Quizás lo distinto ha sido el tamaño del número de los involucrados este año en los desastres invernales, pero desde que tengo uso de razón, los pobres pagan el precio de las crecidas de los ríos.
Y no tengo duda de que lo peor de todo está por verse: se irá el invierno, se acabarán las lluvias, enterrarán a sus muertos, y el país seguirá igual. En las ciudades, donde se concentra el poder, los políticos continuarán, como si nada con sus viejas prácticas…; hasta el próximo invierno, en el que invocaremos de nuevo la solidaridad internacional y la ayuda de Dios.
*Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena.
alfonsomunera55@hotmail.com
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