Columna


Sobre imprevistos y previstos

MARIO MENDOZA OROZCO

30 de diciembre de 2010 12:00 AM

MARIO MENDOZA OROZCO

30 de diciembre de 2010 12:00 AM

En 1973 hice mi medicatura rural obligatoria en el Centro-Hospital Inmaculada Concepción de Calamar, donde nace el Canal del Dique. Hacía visitas periódicas con el equipo de salud a poblaciones aledañas: Barranca Nueva, Barranca Vieja, Yucal, viajando en chalupa con motor fuera de borda. En octubre fuimos por última vez: el río inundaba esas poblaciones ribereñas. Los lugareños trataban de controlar el agua con sacos de arena donde el río se derramaba en un chorro cada vez más caudaloso, pero ya el agua llegaba a media pierna en el puesto de salud. Tuvimos que devolvernos.
Me sorprendió que las gentes se adaptaran con tanta resignación a lo que a mí me parecía tan espantoso, peligroso y humillante. Comenté que se requerían soluciones más efectivas y a largo plazo. “Eso no es nada”, me dijeron: “a veces el agua se mete en Calamar y hay que llegar al Hospital en canoa. Todos los años es lo mismo”.
Las imágenes terribles de la tragedia de este año no las imaginé, pero a partir de ese día, cada vez que en el último trimestre del año los noticieros se referían a los damnificados por el “crudo invierno”, me preguntaba: ¿cuándo solucionarán este problema?
Este año el llanto de una inconsolable La Niña fue anunciado por los meteorólogos con meses de anticipación. Se advirtió de lluvias inusuales, que llevaban implícitas inundaciones peores y más catastróficas. O sea que fue una La Niña prevista, anunciada, como aquellas guerras que proverbialmente “no matan cojos” pero sí paralíticos, o mejor, cuadripléjicos, como los funcionarios de los diversos Gobiernos que debieron actuar desde mucho tiempo atrás para prevenir el desastre, que ya no será culpa del “crudo invierno”, sino de cualquier otra cosa de moda como el calentamiento global, cambio climático o lo que prefieran.
Cambiemos de asunto, pero no de tema. Cedo la palabra al señor Johnny Puente Doria, en el buzón de El Universal del 26 de diciembre: “Durante 27 días, los expertos navegantes noruegos serpentearon el mar por aguas tranquilas y tormentosas, cargando y arrastrando los 4,32 kilómetros de la tubería del Emisario Submarino (…;) Pero…; “no se dieron cuenta de que el viento y el mar de la costa Caribe estaba encrespados en gigantes olas marinas, no permitiendo ni que una gaviota tocara sus aguas (sic). ¿Quién dio la orden de que el Emisario Submarino se tenía que trasladar a 1 km. de distancia entre borrasca y diluvio?”
Así es. Entre borrasca y diluvio. En pleno mar de leva, con olas que reventaban con tal furor que arrastraron las piedras de protección costera a la Avenida Santander e inundaron la ciudad desde Bocagrande hasta el Muelle de los Pegasos, pasando por el Centro Histórico. Desafiando un mar enfurruscado, gris, amenazante, cuya visión caótica y violenta sobrecogía desde la orilla. ¿No era quizás previsible que ocurriera lo imprevisto?
No actuar sobre lo previsto sólo tiene un nombre: imprevisión. Y eso es lo que creo que ha ocurrido en ambos casos, con dolorosas y costosas consecuencias. Cito una glosa en octosílabos que me parece apropiada como colofón de esta nota: Es grave sobremanera / toda humana imprevisión, / aunque en sólo una ocasión / salga lo que no se espera.

*Médico y Escritor

mmo@costa.net.co

*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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