Columna


Sordo

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

02 de abril de 2011 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

02 de abril de 2011 12:00 AM

Confucio afirmaba que por tener dos orejas y una boca el ser humano debía escuchar el doble de lo que hablase. Por más que se ha insistido en esta tesis elemental de la sabiduría oriental, el hombre no ha podido obrar en consecuencia. Seguimos obsesionados en decir más que lo que oímos.
La situación se empeora cuando notamos que los más dados a la locuacidad quizás son los menos capacitados. El raciocinio, por lo general, se asocia con prudencia y ecuanimidad en la expresión. Entre nosotros llegamos a un escandaloso arrebato en la palabra que ha dado origen a la fastidiosa institución de los moderadores, que conceden y manejan caprichosamente el  uso de la palabra. Así se intenta una imposible y sensata utilización de la misma.
Con los años la cosa se vuelve peor, cuando se deteriora el sentido del oído. Cada día oímos menos. Comenzamos por oír imperfectamente. Pronto nos percatamos de que confundimos palabras con peligrosidad manifiesta en las relaciones sociales. Pero además, la torpeza del oído nos lleva a adoptar gestos inconfundibles. Pasamos de ladear la cabeza hacia algún lado, a ahuecar la mano y llevárnosla a una oreja dizque para captar mejor los sonidos.
En otras épocas se usaba una especie de cornetín invertido que pretendía llevar al oído mayor volumen de sonidos. Últimamente audífonos electrónicos remedian esta frustración senil de andar repitiendo un “¿qué?”,  para intentar superar la escasez auditiva.
Las reuniones sociales entre personas de alguna edad tienen otro tema distinto a los conocidos, como los niveles de antígeno prostático, las pastillitas milagrosas que permiten continuar decorosamente los combates “cuerpo a cuerpo”, y los BlackBerry, con toda su  perversión autista.
Pero la sordera también se aplica a cosas que no producen ruido, a lo opaco, apagado, insonoro. Se les atribuye un excelente oído a los tísicos, pero a ese precio, quizás es mejor ser sordo.
Aunque es tan grave y desagradable la sordera, que se asocia con los estados de ánimo violentos que se mantienen reprimidos: “una sorda cólera”. Mucho se usa con personas que no prestan atención a peticiones: “ha sido sordo a mis ruegos”. Con frecuencia la adaptamos contra una posición pérfida, cuando decimos: “Bogotá es sorda a nuestros reclamos”. Así se describe gráficamente la insensibilidad, y la indiferencia. También a quien no percibe algo que ocurre en el ambiente en que vive.
A los gobernantes algunas veces se les asocia con la sordera. Hubo un ex presidente distinguido por su mal oído. Se decía que era estratégica su sordera. Solo escuchaba lo que le convenía.
En nuestro refranero no hay peor sordo que el que no quiere oír, al igual del consabido “a palabras necias oídos sordos”.
Las más graves son las discusiones donde las dos partes expresan sus propios planteamientos y no escuchan los ajenos. Se dice que es un diálogo de sordos.
Ahora andamos recomendándonos una maravilla tecnológica para superar este momento de escuchar nada, y aparentar que sí. Lo peor, cuando algún guasón simula estarnos hablando y sólo modula en seco. Entonces llegamos a pensar: “ahora sí me J...”. Claro que con el artefacto prodigioso volveremos a oír muchas necedades e impertinencias.

*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.

augustobeltran@yahoo.com

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