Columna


¿Supersticiones, brujerías o ignorancia?

RODOLFO DE LA VEGA

30 de junio de 2012 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

30 de junio de 2012 12:00 AM

Fue solamente después del triunfo del movimiento independista que Panamá, de manera espontánea decidió solicitar su unión a la Gran Colombia que comprendía las antiguas colonias de Venezuela, Nueva Granada y Quito.
Ambiciones políticas por una parte y el inconformismo por otra, indujeron a la separación de Venezuela y Ecuador. Panamá después de varios intentos terminó separándose de Colombia en 1903, atraída por la construcción del canal interoceánico que con éxito se llevó a cabo bajo la dirección técnica y el apoyo financiero de los Estados Unidos.  Desde el inicio del siglo XXI el canal pasó a manos panameñas con su repercusión inmediata en la economía, la educación, higiene, etc.
Pero esta prosperidad por la que hoy atraviesa Panamá no debe alejarnos de los orígenes comunes. Los españoles nos dejaron el idioma, el cristianismo como orientación religiosa y principios básicos, morales y familiares. No podemos ignorar el aporte de los indígenas que tanto en Panamá como en Colombia dejaron su influencia. La incorporación forzosa de los africanos fue y es muy notable especialmente en los deportes. Hoy afrodescendientes también ocupan posiciones destacadas en el Estado.
Releyendo la obra “Tradiciones y Cuentos Panameños” escrito en 1968 por la educadora panameña Juanita Oller de Mulford, nos encontramos con una narración de hechos atribuibles a la ignorancia o a las supersticiones. Ella tituló el capítulo como “Cirugía Parasitaria”. Según el relato, a comienzos del siglo XX en Panamá la gente era muy dada a atribuir a las lombrices las causas de muchas dolencias, especialmente de los niños. 
Hubo en la época una curandera con pretensiones doctorales llamada Clemencia Parra, alias la Mencha, que estableció en la calle 12 E con avenida Norte, enfrente del mercado público una clínica a la que llamó “Cortadora de Lombrices”.
Los niños supuestamente infestados debían presentarse en ayunas al segundo piso de la residencia. Desde el día anterior en sus casas les daban chupetines, caramelos, arrancamuelas, etc., con el fin de “alborotar” a las lombrices. Ya en el consultorio recibían azúcar que ellos aceptaban gustosamente. Despojados de sus vestidos los ponían bocabajo y doña Mencha les daba masajes con agua tibia de manera que los vellos y el polvillo formaban unas bolitas negras que, según la Mencha, eran las cabezas de las lombrices que acudían golosas.
Deslizaba ella por la piel de la espalda de los niños una afilada barbera. Terminado el afeite, según se creía se habían quitado la cabeza de las lombrices. Decía al niño de turno, puedes irte tranquilo, te espero dentro de tres meses. Casi con seguridad para la fecha indicada acudía el niño acompañado de su madre o de su nana.

*Asesor Portuario

maalvarez@sprc.com.co

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