Columna


Sustos de la soledad

ROBERTO BURGOS CANTOR

24 de marzo de 2012 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

24 de marzo de 2012 12:00 AM

Es una conjetura probable. Ese ejercicio anormal que denominan poder o mando o gobierno, entre sus antiguas y empecinadas artimañas de sobrevivencia se encuentra la de querer saber la intimidad de los pensamientos de los súbditos, ciudadanos, personas, o como quieran llamarse las dulcificaciones del sometimiento.Saber o querer conocer la verdad de los secretos ajenos sería en su justificación virtuosa una manera de establecer las distancias entre lo colectivo y lo personal; entre lo que se declara y lo que se guarda; entre la conveniencia y la verdad íntima. Del resultado de esa distancia se podrían considerar formas que preservaran la protección del sueño personal, entrañable, y la cercanía de la conjugación de ellos a un proyecto comunitario.
Pero no es la anterior la explicación al hábito, morboso desde su proclividad y perverso en su ejecución.
Parecería más bien que una mala conciencia se reproduce, una culpa de origen que genera impostura. Tanto en el gobernante señalado por la providencia divina, como en el escogido por la voluntad consciente, caprichosa o comprada de los hombres.
Cuando quien aspira a mandar busca que lo elijan y participa en las componendas vulgares que envilecen su legitimad, desconfiará durante todo su período del apoyo de sus electores. Quienes cobraron su precio se desentienden de lealtades, ideologías, y revisan sus tarifas para los nuevos encargos.
En las viejas intrigas el espía, el soplón, las bocas mudas en los muros, las fuentes secas, recibían anuncios de conspiraciones, claves de señales y gestos, burlas a la autoridad.
Pareciera que el mando aislara. O que requiere para su ejercicio el aislamiento de manera que el gobernante se dedique a cumplir su programa. No debe auscultar la realidad y sus espejismos de sobresalto porque enfermará de locura. Esta tarea corresponde a otros que lo rodean hasta asfixiarlo de informes optimistas, de interpretaciones delirantes, del susurro de campanas que impide penetrar otra voz, otra noche, otro sol, distintos a lo que aun en las vidas contemporáneas termina convirtiéndose en un castillo de fantasmas y murciélagos. De cuando en cuando, primero, y con posterioridad cada minuto, el recurso a las encuestas es el espejito que dirá quién es el más lindo del reino.
Como se advierte, el mando es insaciable y nada basta para mitigar las torturas de la duda. Dudas fatales porque provienen de un amor deforme, a sí mismo, y a las gentes por quienes afirma sacrificarse.
Aquí el recurso del Twitter se tornó un salva escucha desesperado. El pretexto de imposible cumplimiento dice que sostiene la comunicación de la autoridad con las gentes. Y la tentación de contestar a todo gorjeo se impone. A lo mejor queda un espacio irresuelto. El mando se siente incomprendido. Ningún programa de gobierno parece responder a las necesidades acumuladas. La mayoría de ellas esenciales. Éste modo de intervenir donde una contestación a un ciudadano se amplifica y es comentada por muchos parece interesante. Pero acaso someter la conducta diaria de quien gobierna a polémicas repetidas sea una distracción más en la exigente voluntad de hacer algo y terminarlo sin que sea sometido a un plebiscito permanente de ocurrencias y opiniones.
*Escritor
rburgosc@etb.net.co

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