Columna


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CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de octubre de 2011 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de octubre de 2011 12:00 AM

Desde cuando Campo Elías Terán Dix saltó al ruedo por la Alcaldía Mayor de Cartagena se sabía que las encuestas lo destacarían como un fenómeno de simpatía popular, basado principalmente en la atención que prestaba, a través de su noticiero, a los problemas de las clases que habitan en los barrios de los estratos uno a tres. El hecho es innegable, y poco variaron los resultados desde los primeros sondeos hasta el final de la competencia.
Ante ese panorama, varios sectores políticos se apresuraron a capturar la candidatura de Terán, y muchos negociantes aviesos que hallaron en las entidades territoriales el filón de sus ganancias, arribaron también a su convoy con el propósito de erigirse en codueños del eventual triunfador, conducta que no es nueva ni sorprendente en los políticos, las lauchas de la contratación y cierto patriarcado que fusiona las malas acciones con las buenas maneras.
A los ciudadanos de la calle nos satisfizo que Terán dijera y repitiera que él es un candidato independiente y sin compromisos de canapé, síntoma inequívoco de que había comprendido que los políticos y los negociantes mojaban fuera del tiesto si creían que, de ser elegido alcalde, comería cuento del oportunismo de los unos y la gula de los otros. Espero estar en lo cierto, si no espera él, de ellos, bondades ocultas, ni los confunde con las Misioneras de la Caridad de Sor Teresa de Calcuta. 
Otro aserto rescatable de la campaña de Terán fue uno muy tajante: “A mí me financia el pueblo”. Una revelación inusitada. El pueblo que antes vendía el voto lo pagó esta vez con la ilusión de recuperar su inversión sintiéndose incluido en la avanzada externa de la modernidad, liberado de las angustias que lo reprimen y sin la menor intención de compartir con los políticos sus placeres prohibidos.  
Si la tendencia de las encuestas no varía y Terán es el candidato más votado por los cartageneros hoy, en pocas semanas sabremos si volvieron a coronar los avivatos o si dijo la verdad sobre su independencia y los compromisos que negó. Si su elección es el fruto de una alteración de los presupuestos políticos tradicionales, su gobierno tendrá que ser una rebelión administrativa y moral contra el circo tragicómico de la política parroquial.
Ese es el tamaño de su compromiso con las mayorías, si lo ungen. Él ha insistido –y muchos le creemos– en que tiene entendederas para enfrentar el reto que se impuso, y que no creará ni resucitará esperpentos con más voluntad de poder y de supervivencia que de noble colaboración con las autoridades. ¡Enhorabuena! Una advertencia rotunda para los grupos de interés incrustados en el establecimiento.
Pero no será fácil retorcer la evidencia histórica que surja de esta prueba crítica tanto para la ciudad como para su próximo alcalde. Desde el primero de enero habrá una orientación valorativa distinta de la comunidad cartagenera, pues todos los sectores sociales de voto constructivo confían en que se formulará otra política distrital con cláusula de fe y sin carga de dependencia que bloqueé la capacidad de respuesta del gobernante. 
Si por una maroma perversa de la fatalidad nos nivelan con esas ruedas de radios fuertes y sin aro, que Dios guarde a Cartagena.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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