Era inevitable, en vísperas del TLC con USA, volver sobre aspectos que preocuparon a los ganaderos desde el principio, para intentar un último debate e identificar asuntos que significarán la quiebra de muchos. No se trata de llorar sobre leche derramada, aunque mucha no encontrará mercado ni precio justo, sino de alertar una vez más sobre lo que es injusto: mientras la mayor economía del planeta tendrá acceso inmediato para carne y lácteos, pasarán años antes de que nuestros productos estén en la mesa de los consumidores norteamericanos. Así de fácil e inequitativo.
Lo advertimos desde el cuarto de “al lado” para defendernos, mas no para decidir. Sabíamos que los países no firman TLC para congratularse con sus aliados, sino para buscar mercados. En la negociación son claras las ventajas para los nuevos socios. Pero ahí no está el problema, sino cómo llegar a sus mercados. No ha valido la inversión de los ganaderos por U$500 millones para certificarnos como “país libre de aftosa con vacunación”, la identificación animal, mejoría genética, ni la adecuación de plantas o pasturas. Los países desarrollados piden mucho más y tienen una protección sutil: exigir protocolos rígidos para garantizar productos salubres para sus ciudadanos.
USA pide estándares similares a los suyos en inocuidad, fitosanitarios, articulación de cadenas, infraestructura de inspección, control y vigilancia epidemiológica, trazabilidad al cien por ciento y una diplomacia comercial con estatus técnico y científico garante ante sus autoridades, entre otros. Lo mismo ocurre con Suiza, Canadá o la Unión Europea. ¿Qué hemos hecho desde el 27 de febrero de 2006, cuando se formalizó el tratado? Casi nada.
La ley que buscaba implementar la trazabilidad se cayó en la Corte Constitucional. No hay una autoridad para actuar como par de USDA o APHIS. Aplicar las normas expedidas como resultado de los Conpes sanitarios, solicitados por el gremio para formalizar la oferta láctea y cárnica –Decretos 616 y 1500 respectivamente– han sido prorrogadas 3 veces y garantizaban el ascenso en inocuidad exigido por los americanos. No sabemos cuál será la suerte de esos decretos. Siguen en estudio para ser modificados.
¿Es justo? ¿Puede el gremio callar, cuando viene el descalabro de la economía ganadera? ¿Cuándo sabe que miles quedarán atrapados en las dinámicas del mercado para sus productos? No podemos subestimar el choque contra Estados Unidos, el mayor productor de carne y el segundo en lácteos, después de la Unión Europea. Y más aún, cuando comprobamos las pérdidas de México como resultado del NAFTA. Quebraron 148 mil ganaderos. De 180 mil que existían, sobreviven 32 mil. ¿Qué diremos nosotros, con un “estándar de competitividad país” e indicadores de producción y productividad ganaderos inferiores a los mexicanos?
La ganadería colombiana es de pequeños productores. Más de 400 mil que no alcanzan a 50 animales, con limitaciones para competir. Estamos frente a una tragedia social dramática. Así como nada se hizo para adecuar la institucionalidad, para lograr la admisibilidad de nuestros productos en los mercados negociados ¿será que tampoco podemos proveer escenarios para aliviar el dolor y ruina de miles de compatriotas, que no tendrán más remedio que ir con sus almas a penar a otra parte? Callar el drama que se avecina, tampoco es una opción.
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN.
jflafaurie@yahoo.com
@jflafaurie
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