Columna


TLC

MIGUEL YANCES PEÑA

17 de octubre de 2011 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

17 de octubre de 2011 12:00 AM

Nunca puse en duda que este tratado comercial sería aprobado en el congreso de los EUA; pero creí que sería el gobierno de Bush quien lo firmaría.
Entre otras, porque si se puede creer “un poquito” en la información que circula por el mundo -en especial cuando es traducida (usualmente la gente entiende lo que quiere)- Barack Obama (y los demócratas su partido) se opusieron al mismo durante la campaña por la presidencia, y Dios sabrá cuántos votos lograron con esa actitud. Paradójicamente es él quien lo presenta al congreso y quien lo firmará.
Lo anterior deja entrever que en política no existen verdades, todo está al vaivén de las circunstancias (los intereses de grupo y las pasiones), y lo que antes se objetaba, en cualquier momento se pasa a defender.
Cómo ya Uribe no es presidente, quienes en Colombia supuestamente se oponían, ahora callan, demostrando que lo que les preocupaba era obstruir a un gobierno sin importar qué se sacrificaba con ello.
Para resumir, el TLC, primero que todo, beneficiará al consumidor que podrá adquirir, cuando se desgraven al 100%, bienes y materias primas a menor precio que los que entran de contrabando, pues no habrá ilegalidad ni riesgos; segundo, crecerán las exportaciones, pues nuestros bienes serán más competitivas (más baratos al no tener que pagar aranceles) que los de muchos de nuestros competidores en ese mercado.
Como consecuencia de lo anterior, los empresarios de muchos países (sudamericanos, pero también europeos, asiáticos tal vez), querrán establecerse en el país, para tener un acceso más próximo y competitivo a los EUA. Todo ello “debe” -eso indica el sentido común- aumentar el empleo.
Qué pasara con el tipo de cambio se preguntarán algunos. El tipo de cambio es un determinante importantísimo de la competitividad: un peso fortalecido por el monto de las exportaciones y el ingreso de divisas que aportan los inversionistas y especuladores, puede echar al suelo todas las ventajas de la desgravación arancelaria en el norte.
El país no tiene -como si sucede en China y Venezuela, por citar dos ejemplos- control del tipo de cambio; y no tenerlo es una condición sine quanon de cualquier tratado comercial. Son las fuerzas del mercado (oferta y demanda; es decir importaciones y exportaciones más inversión extranjera) las que determinan su valor.
No obstante ese es un proceso dinámico, en el que cada tendencia –valorización y desvalorización- fortalece la tendencia contraria: la abundancia de divisas, que provoca una reevaluación del peso, incrementa las importaciones que lo devalúa. Y viceversa, la devaluación que produce el incremento de las importaciones, hace atractiva las exportaciones y la inversión extranjera, que lo revalúa.
Creo que el mercado -mientras se evite su manipulación- buscará su propio equilibrio.
Por otro lado, algunos sectores de la economía se perjudicarán; perderán privilegios –los monopólicos u oligopólicos propios de una economía cerrada- que ha costeado durante mucho tiempo el consumidor al pagar altos precios; y el contribuyente, al ser subsidiados.
En ellos la desgravación arancelaria es gradual; no obstante con el tiempo se podría producir desempleo, a cambio –como consecuencia- de un menor precio para el consumidor.

*Ing. Electrónico, MBA, Pensionado de Electricaribe

movilyances@gmail.com

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