Columna


Transformación de partidos

RUDOLF HOMMES

21 de noviembre de 2010 12:00 AM

RUDOLF HOMMES

21 de noviembre de 2010 12:00 AM

Los dos partidos tradicionales cambiaron trascendentalmente en los últimos 10 años. El Liberal se había convertido en una sombrilla bajo la cual se cobijaban barones políticos regionales, una “montonera” diversa agrupada alrededor de una marca y un trapo rojo, pero con vocación clientelista. El Conservador, no menos puestero y también proclive a ordeñar al fisco, parecía condenado a desaparecer. Los dos fueron afectados por el Proceso 8.000, pero mucho más el Liberalismo, derrotado en dos elecciones presidenciales consecutivas. Uribe jugó un papel muy importante en la evolución posterior de ambos partidos. Cuando llegó a la Presidencia no tenía mayoría en el Congreso, pero sí el respaldo del partido Conservador, de un grupo variado de congresistas independientes nuevos y de algunos liberales, la mayoría de Cambio Radical. Serpa y Samper ofrecieron colaborar, pero si Uribe abandonaba su programa ganador para acoger el de Serpa, que había perdido las elecciones. También hubo intentos del Gobierno de acercarse a la facción gavirista del Liberalismo, que fueron bien recibidos, pero la química no favoreció esa unión, y cuando aparecieron Luis Guillermo Vélez y Juan Manuel Santos con la propuesta de poner al sector más clientelista del Liberalismo del lado del Gobierno, surgió la posibilidad de crear el partido de la U, con sus consecuencias sobre el Partido Liberal. Este seguía dividido y se convirtió en un partido minoritario y de oposición, dos características inacostumbradas que le exigieron un cambio drástico, le hicieron perder mucho peso pero lo fortalecieron. No solamente perdió los barones electorales que pasaron a la U, sino que algunos de la facción samperista se fueron con el Polo, y en alianza con otros sectores afines, y con los izquierdistas más recalcitrante llevaron ese partido a la debacle. Otros, como Piedad Córdoba, permanecieron en el Liberalismo, pero dándole guerra a su jefe. Distinto ha sido el caso del senador Cristo, que está irreconocible. Al final del gobierno de Uribe, el Liberalismo estaba apaleado y derrotado, pero limpió su acto. Por el contrario, el Conservatismo se había entroncado en la burocracia, juraba lealtad eterna a Uribe y acumulaba recursos electorales. Se había vuelto mucho más clientelista, y dependía de Uribe, su jefe natural. Si lo hubiéramos reelegido, el Liberalismo hubiera quedado muy mal parado y el conservatismo en el curubito. Pero con Juan Manuel Santos, el panorama es otro porque los liberales son afines al nuevo talante del Presidente, y su programa de gobierno acoge propuestas clave del Liberalismo y de los verdes. El Partido Conservador, por el contrario no se siente cómodo. No le gusta el progresismo del Gobierno, no se siente representado por los conservadores notables del gabinete, echa de menos la mano dura de Uribe y tener jefe en Palacio. Pero lo que más parece hacerle falta es tajada, y ser orgullosamente de derecha. Por eso quiere reimplantar la Inquisición, abolir el aborto, sofocar cualquier brote de cambio que le parezca decadente; y sobre todo, oponerse a los intentos del Gobierno de reducir la corrupción, pues es una herramienta clave de su ascenso electoral reciente. Mientras tanto, el Polo se ha balcanizado y los verdes hibernan o duermen el sueño de los justos. Está despejado el terreno para que avancen las tres divisiones del viejo Partido Liberal si mantienen una orientación progresista y se alejan del clientelismo. rhommesr@hotmail.com

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