Columna


Un emblema incomodo

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

20 de abril de 2012 12:00 AM

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

20 de abril de 2012 12:00 AM

Si me pidieran que escogiera el escenario que hoy identifica a Sincelejo, no dudaría en indicar la plaza pavimentada con adoquines, a la que circundan la catedral, almacenes y droguerías de cadena y en cuya explanada, cuando la tarde comienza a declinar, no sólo aparcan sus motocicletas los transportistas informales, sino que, sobre bancos de madera, los vendedores ponen sus calderos o palanganas para exhibir mazorcas que humean, bollos, quesos o peces que proceden del mar y que en ese momento exhalan un tufo que se nos fija en la nariz como si los hubieran salpicado con almizcle en polvo.
Poner como emblema de la ciudad un lugar en donde impera el caos y olvidar que hay otros que enseñan placidez y orden como resultado de una estética acabada y del empeño de las autoridades para que no los invadan, expone a quien lo haga a que le enrostren su incapacidad como publicista y le reprochen la deslealtad por insistir en que aquí prima la informalidad, desconociendo que el rebusque, aunque nadie lo admita, fue convertido en estrategia para evitar que los desposeídos reclamen o se exalten. Un contentillo para que no perturben la tranquilidad, no importa que infrinjan la normatividad y deterioren la plaza.
Tal vez, quienes así reaccionan, dividieron a la población entre quienes tienen derecho a disfrutar del confort y aquellos que no lo adquirieron, ni lo adquirirán, como si la miseria que padecen fuera no sólo de incumbencia restringida y los condenara a sufrir la adversidad sin posibilidades de cambio, sino que constituyera el elemento que equilibra y gratifica su existencia, lo que nos releva de tener que indagar sobre el origen de la desigualdad y de diseñar políticas para acortar distancias e incluir a quienes generan ideas que permitirían industrializar los patios.
Impera el determinismo. Por eso los dirigentes estiman que nacieron para triunfar y están a salvo de las contingencias que derivan de omisiones o extralimitaciones, de modo que satisfacen su codicia mientras desechan el bienestar del colectivo y los proyectos que de obtener respaldo generarían, como atrás se indicó, empresas pequeñas, pero que superarían los logros de una granja de pancoger, permitiendo ocupar a muchos de los que, por no tener opciones, conducen las motocicletas que estacionan en sitios, como la plaza que, como anoté al inicio, nos identifica, a pesar de que se concibieron como áreas para los peatones.
Nos conviene el surgimiento y prosperidad de otros empresarios, ojala provenientes de aquí. Todos lo aceptamos. Pero no los incentivamos. Preferimos desentendernos de las consecuencias del desempleo, aunque las percibimos a diario. Actuamos con la imprudencia, displicencia y arrogancia del conductor que persiste en adelantar en la mitad de la curva.
Aunque admiró la irracionalidad de quienes se obstinan autodestruirse, persisto en reivindicar la bondad de visibilizar las carencias que nos afectan y en discutir sobre ellas hasta solucionarlas, separándome de aquellos que complacen al gobernante, inducidos por el hábito de cumplir el protocolo de la adulación para mantener el apoyo oficial, omitiendo las contingencias de la ligereza o la improvisación con que se acomete el liderazgo. En eso radica mi temeridad y mi deslealtad, lo confieso.

*Abogado y profesor universitario.

noelatierra@hotmail.com

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