No creo que haya alguien que niegue que Cartagena está en crisis. La vemos y sentimos en las noticias del día a día. Las causas aunque estructurales y de vieja data, son la consecuencia lógica de una terapia experimental que no debimos tomar.
Somos un barco a la deriva y sin timonel. Todos deseamos la sanación del alcalde, pero pocos le apuestan a su continuidad en el cargo; la mayoría coincide en que su caída es inevitable por razones de salud o por decisión de los órganos de control que investigan sus decisiones, actuaciones u omisiones.
Lo peor es que en esa certidumbre, sus “amigos”, financistas y oportunistas aplican la de “marica el último” y están cayendo a saco sobre el erario tratando de recuperar sin pudor su inversión de campaña o satisfacer su desmedida ambición.
El hueco presupuestal que se está generando es inmenso, la falta de autoridad y el desgobierno se hacen costumbre, la gestión ante el poder central es nula y el liderazgo de la ciudad frente a las oportunidades de desarrollo se está perdiendo. La ciudadanía que con nobleza e ingenuidad eligió al locutor periodista está desconcertada, la frustración y el remordimiento se empiezan a manifestar, mientras opositores y conspiradores del propio grupo del alcalde, hacen cálculos para precipitar su caída y quedarse, en medio de las ruinas, con el botín.
Sí, estamos en la peor crisis institucional de los últimos años. Pero animémonos, porque ante grandes crisis, grandes oportunidades. Hoy tenemos la oportunidad de rectificar el camino, aprender de los errores y entender que el manejo de la ciudad para lograr bienestar de sus gentes, desarrollo y prosperidad, requiere del concurso de todos.
No es el momento para el fundamentalismo ni el señalamiento de culpables. El que esté libre de pecado que lance la primera piedra. Todos, por acción, complicidad o indiferencia somos responsables de lo que hoy sucede. Todos en algún momento se han aliado con socios de dudosa reputación para derrotar al otro, en un enfrentamiento fratricida que solo ha servido para que los peores se adueñen de la ciudad abriendo campo a la cultura de la indolencia.
Llegó la hora de hacer un pare por Cartagena. Es nuestra obligación velar porque el saqueo se detenga. Un listado de puntos vulnerables donde seguramente están puestos los ojos de unos pocos avispados que quieren aprovechar el caos para su enriquecimiento personal debe elaborarse y pedir la intervención del Gobierno nacional y los órganos de control para detener tanta voracidad. De igual manera deben aclararse y si es necesario reversarse, decisiones tomadas por la Administración en la que podrían estar vulnerados los intereses de la ciudadanía.
Con el concurso de todos los estamentos, despojándonos de rencores, debemos entre todos, aun con los adversarios de hoy, iniciar un diálogo sincero que conduzca a la implementación de un Plan de Acción para Reconstruir y Encarrilar la ciudad, en cuya ejecución se involucre a la dirigencia cívica, gremial, académica, empresarial, política y social de todos los matices.
Cualquier proyecto individualista que se pretenda sobre el cálculo de imponerse sobre los demás, además de incierto, solo conduciría a tener que administrar las ruinas y desolación, en medio del desánimo y oposición del resto.
*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.
diazredondo@hotmail.com
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