Lucho Bermúdez fue uno de esos casos en que el talento saltó del anonimato a la leyenda con la andadura del predestinado. Cuando nació –hará cien años el próximo miércoles– dedicarse a la música era adquirir un boleto para morir de hambre, para vivir del fracaso. Por eso su vida fue afanosa y completó setenta años entre flautines, pianos, clarinetes, trompetas, partituras, maracas y forcejeos frecuentes con la inspiración.
Bermúdez no podía ser de los compositores que reducen su arte a la aldea de las querencias juveniles, ni su producción artística al influjo exclusivo del paisaje y la idiosincrasia regionales. Al contrario, su obra revela la universalidad de una producción liberada de fronteras y aduanillas. Fabricaba un bambuco, un torbellino o un pasillo con la misma facilidad con que hacía un porro. Sabía que por debajo de Mozart y de Verdi circulaba una música que calaba en la mente, el gusto y el ánimo de un litoral que bailaba su alegría y sus dolores.
Cartagena fue su plataforma de lanzamiento. Bajo el mecenazgo de don Daniel Lemaitre, otro músico tan bueno para el pentagrama como para la poesía y los jabones fragantes, Lucho dirigió la Orquesta del Caribe y escribió sus primeras melodías célebres: Prende la Vela, Marbella, Joselito Carnaval y Borrachera. Los laureles comenzaron a caer sobre su testa, como si el sueño de la infancia, alimentado por su tío, José María Montes, también músico, y por Guillermo Rico, su maestro de las primeras notas, comenzara a realizarse como lo trazó en el mapa de sus ambiciones.
Hubo un elemento determinante, entre los muchos que utilizó, para la tipificación de sus porros: el danzón, cuyo origen remoto fue una contradanza de Manuel Saumell Robredo, La Tedezco. En los ocho compases de esta contradanza de Saumell –como lo observa con picante malicia Alejo Carpentier– se quita las ropas la identidad del danzón, sin que variara mayor cosa hasta cuando entró en decadencia, en 1920. Buscar las raíces de los ritmos de Lucho en los aires de Miguel Failde (El Mulato) es desconocer las líneas de su cartografía musical.
La caracterización de la personalidad artística de Bermúdez provino de su particular manera de padecer sus vivencias, procesarlas y traducirlas en canciones. A eso obedeció su estilo, el sello de las revelaciones que plasmó para la historia la punta de su lápiz. El estilo no lo transmite ni lo aconseja nadie: es la expulsión de los duendes de un autor, de sus voces y sus cantos, sus impulsos y sus molicies.
Que un novelista, un poeta, un pintor y un músico consienten influencias, no hay duda. Pero las endulzan para elaborar su propia manufactura literaria, plástica y musical, que es lo que hace de cada quién, cuando lo merece por su calidad, un creador. No requiere catástrofes pasionales, ni derrumbes sentimentales, ni sueños emparentados con la Nada, sino la delicada fortuna de no haber sido nadie para llegar a ser mucho, superándose.
El siglo del rey del porro llegó con él vivo en la materia intemporal de sus letras y arreglos. El gris de sus cenizas no cederá al olvido, mientras los zapatos de los jóvenes y los viejos de Colombia muevan sus suelas y sus tacones al conjuro de dos palabras que no se leen pero que suenan: “Aquí estoy”.
*Columnista
carvibus@yahoo.es
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()