Ese. Ni más ni menos que ese, es el estado fitosanitario que hoy presenta el Partido Verde, aquella fugaz opción que un día avizoraron muchos colombianos como alternativa a los que ya no eran más que restos disgregados de las centenarias estructuras doctrinarias y programáticas sobre las cuales se modeló y cabalgó la historia política de la nación.
Sin coherencia programática ni vigilante que los advirtiera de su inminente deceso en las fauces de la corrupción y de las debilidades morales y éticas de sus personeros, cuanto quedaba de las afinidades y principios que constituían la naturaleza y razón de ser de las colectividades partidarias tradicionales saltó en pedazos y se escurrió por las sinuosidades de la disolución.
Y así, sin oponer resistencia, dejaron de existir esas dos grandes y poderosas corrientes de opinión que fueron los partidos Liberal y Conservador, cuyos detentadores hicieron de ellos las más eficaces y efectivas maquinarias para conformar empresas electorales que los proveyeran de poder y de relaciones provechosas para su interés particular.
Fue en medio de esa desolación partidaria que emergió una fuerza, el Partido Verde, en la cual confluían todas las variables y principios característicos de una organización política moderna capaz de propiciar y consolidar una transformación estructural en la dirección del Estado y del Gobierno.
Pero todo fue flor de un día y el que se pensó sería un Partido Verde robusto, unido en la base y en la cúpula, capaz de nuevas visiones y propuestas para la sociedad colombiana, no ha pasado de ser otra experiencia fallida. Otro fracaso en ese frente que da buena cuenta del fortalecimiento de formas partidarias anacrónicas y de la vigencia de un modelo político perverso y dañino ligado a la entraña misma del Estado.
El Partido Verde, entonces, no vino a ser sino otra frustración en esa larga pero infructuosa búsqueda de alternativas partidarias distintas de las que propiciaron los partidos históricos, hoy refugiados temporalmente en esa otra miscelánea de intereses que es el partido de la U, su sepulturero.
Quienes creíamos que el Partido Verde sí sería alternativa a los modelos clientelistas heredados y a las formas torcidas de hacer la política, pasamos por alto que no estábamos en Dinamarca sino en Cundinamarca. Y ahí tenemos al Partido Verde, sucumbiendo entre el caciquismo, los afanes clientelistas y el oportunismo de algunos de sus directores.
Y por supuesto, a las intrigas de Uribe para acabarlo como acabó con el Liberal y el Conservador. Y con el Polo, al fraguar las alianzas de la U con los Moreno en Bogotá.
Cuanto hoy queda de la ola verde que llenó de ilusión a tantos colombianos, no son más que gotas dispersas que ya no alcanzan a salpicar mas allá de los contornos de Bogotá, si es que en su más alta cota alcanzó a otras regiones de Colombia, pues el Verde no pasó de ser un partido metropolitano. Siempre creyó que con Bogotá le alcanzaba y le sobraba.
Y si no, pregúntele en Medellín a Sergio Fajardo, apenas convidado de fotografía y comunicados de prensa de la trinidad metropolitana del Partido Verde.
*Poeta
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