El 23 de agosto se cumplen 70 años del inicio en firme de la batalla de Stalingrado, unos de los combates más importantes de la historia, que decidió, según la mayoría de los autores, el rumbo de la II Guerra Mundial.
La aviación alemana bombardeó la ciudad rusa de Stalingrado y destruyó los cuarteles y las principales vías de comunicación. En paralelo, las tropas del VI Ejército alemán al mando del Mariscal Friedrich Von Paulus (el “Von” era postizo) llegaron a las afueras de esta urbe a lo largo de 38 kilómetros del río Volga, de gran importancia estratégica para el transporte fluvial por este río, además de ser un gran nudo ferroviario.
Su importancia militar radicaba en que era el último obstáculo de Hitler para apropiarse de las enormes riquezas petrolíferas del Cáucaso, a las cuales les tenía puesto el ojo porque los necesitaba para sus propósitos imperialistas. Los alemanes encontraron una enconada y heroica resistencia de las tropas rusas, lo cual inquietó a Hitler, quien en un ataque de nervios dijo que si no se aniquilaba a la “bestia bolchevique” en Stalingrado, la guerra podría perderse, ya que además del petróleo del Cáucaso, necesitaba tener bajo su férula la riqueza agrícola de esa zona, llamada por los nazis como la despensa de Europa.
La batalla de Stalingrado es considerada una de las contiendas más sangrientas de la historia, no en vano fue el enfrentamiento de Hitler y Stalin, los dos estadistas pistoleros del siglo XX. Stalin ordenó a sus fuerzas "ni un paso atrás" (quien retrocediera era ejecutado) y Hitler decretó que se “luchara hasta el último hombre y el último cartucho, cuento con que el VI Ejército y sus jefes combatirán como héroes wagnerianos”.
En el fragor del combate, se luchó en las ruinas de las casas y piso a piso donde aún quedaban edificios en pie; cuando se acababa la munición, se peleaba a bayoneta calada, cuerpo a cuerpo. El ejército soviético pagó un alto precio, se calcula que murieron aproximadamente 485.000 soldados. Las bajas en la población civil fueron casi el doble. En cuanto a los alemanes el final fue terrible: de los 340.000 hombres del VI Ejército alemán quedaron al momento de la rendición, que sucedió el 2 de febrero de 1943, alrededor de 100.000, que fueron hechos prisioneros, de los cuales sólo 6.000 regresaron a Alemania después de la guerra. Otras causas de muerte fueron la inanición y el frío (hubo días de 30 grados bajo cero). El último mensaje radial del VI Ejército alemán fue patético: “La estación se despide. Saludos a la patria”.
Tras esta derrota, el pesimismo invadió a Alemania y a Hitler. Según muchos de sus biógrafos, el dictador tuvo una pesadilla recurrente con Stalingrado, que lo acompañó hasta su suicidio el 30 de abril de 1945. El epílogo de esta batalla fue que el ejército alemán se debilitó y perdió la iniciativa de la guerra y eso hizo que estuviera débil cuando la invasión de Normandía (1944) por los aliados, y cuando el ejército ruso irrumpió en Berlín en abril de 1945 y le dio jaque mate al régimen nazi, llamado con razón el “excremento de la historia”.
*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.
menrodster@gmail.com
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