Columna


Una ciudad sin rumbo

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

30 de octubre de 2011 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

30 de octubre de 2011 12:00 AM

Después del aguacero del jueves 20 de octubre, hubo centenares de viviendas destruidas, varios muertos y 80.000 damnificados. Tras esta catástrofe invernal, Cartagena desveló su verdadera faz, la de una ciudad sin rumbo que ha crecido a la topa tolondra, con urbanizaciones construidas en sitios de alto riesgo y con una muchedumbre de barrios de invasión en sectores por donde desaguan arroyos que, cuando se produce un chaparrón grande, arrasan con las viviendas precarias que los pueblan.
Esta tragedia iterativa, cuya frecuencia es casi anual, demuestra que Cartagena es una ciudad fracturada en varios pedazos. Uno de ellos es el Centro Histórico, un gueto de belleza y elegancia, un lugar radiante en donde se dan conciertos y espectáculos de lujo, sitio de los hoteles boutique y de restaurantes suntuosos. Existen otros sectores lujosos, unos constelados de edificios suntuosos, paradójicamente contaminados por el ruido y la mugre, como el denominado “turístico” y otras zonas muy decorosas, en el estrato 3 y 4, en donde existen universidades, hospitales y centros comerciales, como es el sector suroccidental, para citar sólo algunos ejemplos, pero, hay una zona inmensa, nuestra vergüenza más grande, en donde habita un porcentaje grande de la población, que se inunda todos los años. Este sector es una ciénaga de putrefacción, en donde sobrevive la gente más pobre de la ciudad.
El sector refinado del Centro Histórico y de otros del estrato 6, viven en el cosmos de las viandas sofisticadas, de los vinos costosos, los desfiles de modas y otras cosas agradables, solazándose en su mundo “chic”, desconociendo a la parte que se parece a Haití, tapándose los ojos y los oídos y creando una especie de gueto social en donde florecen siempre las mismas caras.
Mientras tanto, el sector deprimido perece corroído por un cáncer de miseria y se sancocha en medio de un reconcomio enorme, que ojalá no termine en un estallido social. Esta es una verdad dolorosa, por eso creo que ya es hora de que los cartageneros nos bajemos de la nube en que vivimos, engañados al creer que esta ciudad es la más bella del mundo y embriagados con el mismo discurso de su hispanidad intacta y de su indudable belleza arquitectónica, sin reconocer simultáneamente que Cartagena, al lado de su hermosura, tiene muchos “lunares”, como profusión de basuras en sus calles, atrancones permanentes de tráfico vehicular, inundaciones graves tras el mínimo aguacero, un servicio eléctrico precario, mala infraestructura hospitalaria, una bahía amenazada por la colmatación, alta criminalidad y un largo etcétera de falencias.
Nadie puede negar que Cartagena es una ciudad con muchas industrias, un buen destino turístico y tiene 53 puertos en la bahía, pero, a pesar de estas fortalezas, hay que reconocer que es una urbe anárquica.
Los habitantes de los sectores refinados no son culpables de esta situación, sino una seguidilla de desaciertos de la dirigencia política. Por eso, pienso que las elecciones de hoy son cruciales y todos los cartageneros debemos votar por alguno de los aspirantes a la alcaldía, si es que creemos que el candidato de nuestra preferencia puede sacarnos de este laberinto, o hacerlo en blanco, para tener la oportunidad de barajar de nuevo.

*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.

menrodster@gmail.com

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