Hace 270 años, en marzo de 1741, una flota inglesa enorme se presentó ante las murallas de Cartagena y exigió su rendición. Los antecedentes a esta acción osada hay que buscarlos en el Tratado de Utrecht, de 1713, que contenía entre otras cláusulas, la de que los británicos podrían comerciar con el Caribe e introducir hasta 5.000 esclavos negros. Los ingleses aprovecharon este “papayazo” para contrabandear, lo cual motivó que las naves británicas fueran registradas por la Armada Española para detectar a los contrabandistas.
En 1731, un navío español retuvo al mercante inglés “Rebecca”, en las cercanías de Cuba. El capitán, Robert Jenkins, se encolerizó por la retención, tras lo cual el oficial ibérico no sólo le decomisó toda la mercancía, sino que le cortó la oreja, se la entregó y le dijo: "Dile a tu rey que haré lo mismo con él". Cuando Jenkins llegó a Inglaterra, relató los hechos y se armó un escándalo, en el cual había todos los ingredientes para un novelón con un tufillo patriotero, por lo que el pueblo inglés convirtió en héroe al contrabandista Jenkins y poetas y literatos, entre ellos, Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe, pronunciaron discursos encendidos.
Jenkins, convertido en personaje, narró el episodio en el Parlamento, en una sesión en la cual el adorno principal era su oreja metida en un frasco, como prueba de la humillación al Imperio Británico. Como consecuencia de estos hechos la opinión pública estaba preparada para que, años después, el día 23 de octubre de 1739, el primer ministro Robert Walpole, le declarara la guerra a España, con la venia del rey, Jorge II. Este conflicto bélico fue apodado La Guerra de la Oreja de Jenkins y fue una contienda muy popular en su época en Inglaterra.
En desarrollo de las hostilidades, el Almirante Edward Vernon se dirigió contra Cartagena con una escuadra inmensa, en la cual, además de los ingleses, había por primera vez voluntarios de las colonias americanas de Inglaterra, entre los cuales estaba nadie menos que Lawrence Washington, hermano de Jorge Washington.
Vernon creyó que tomarse a Cartagena era "mango bajito", envalentonado por el poder de su escuadra de 180 naves y 23.600 hombres, mientras que Cartagena sólo tenía para su defensa 6.000 hombres, seis navíos y sus fortalezas formidables.
El desenlace es tan conocido que no vale la pena referirlo, pero es bueno destacar la valerosa defensa del Castillo de San Felipe, las rencillas del Almirante Vernon con el lerdo General Wentworth, que desvertebraron la operatividad de las fuerzas inglesas; las monedas que se acuñaron por los ingleses en honor a una victoria que nunca se dio; el tamaño legendario de Blas de Lezo, la combatividad del Virrey Eslava y por qué no decirlo, a los mosquitos, ya que gracias a la fiebre amarilla que transmitieron, centenares de invasores fallecieron, lo cual ayudó a la derrota de los ingleses, tal como lo refiere Tobías Smollet, un médico y periodista que viajó con Vernon, en su obra Las Aventuras de Roderick Random (Cap. XXXIV).
En fin, esta derrota de Vernon es una efeméride gloriosa de esta ciudad, ya que no es asunto de poca monta haber derrotado la más formidable expedición naval inglesa que hubo antes del siglo XX.
*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.
menrodster@gmail.com
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