Columna


Una lucha interior

MIGUEL YANCES PEÑA

23 de abril de 2012 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

23 de abril de 2012 12:00 AM

Un asiduo lector y amigo me ha solicitado que publique su experiencia frente a la lucha interior que libró por abandonar uno de los vicios más difíciles de dejar: el cigarrillo. Lo llamaré Pedro, como he hecho en otras ocasiones, respetando su derecho a permanecer en el anonimato.
En mi juventud –relata Pedro- fui fumador. Lo hice durante unos 15 años, y llegué a consumir un paquete de 20 unidades al día. Era incapaz de concentrarme en un problema matemático, o de cualquier índole, si no encendía un cigarrillo. “Creía” que me mejoraba la concentración, me reducía el nerviosismo y me facilitaba la interrelación personal (eso me justificaba interiormente). Y a los demás les decía que de algo había que morir, sin saber como mueren los fumadores: asfixiados y sin pulmones.
Cualquier día –continua el relato- hace ya más de 25 años sin tener aún una experiencia cercana, y sin ningún tipo ,de presión (dicen que los humanos hacemos lo contrario de lo que nos obligan: en mi caso es así) me propuse dejar de fumar. Lo tomé como un reto; como una prueba de mi fuerza de voluntad. Y lo primero que hice fue comentárselo a todos; incluidos, a mi secretaria y demás subalternos en la oficina. El temor a parecer inferior a mis retos delante de ellos fue un factor importantísimo en esa lucha.
Observé que el día más difícil fue el primero; de ahí en adelante fue siendo más fácil resistir la ansiedad y el deseo. Y la situación más complicada de superar era en presencia de otros fumadores; mientras tomaba tragos, café, y después de ingerir alimentos. Sin embargo noté que pasado un poco menos de una semana, fumar ya no producía placer, si no mareo; y estar en presencia de fumadores, desagrado. Hasta el olor que mantienen los fumadores empezó a fastidiarme.
Finalmente lo logré, cuenta Pedro con orgullo. Me ayudé con Nicorete en chicle. Cuando no podía soportar la ansiedad y el mal genio (porque quienes nos rodean sufren también el proceso) masticaba un pedacito de una pastilla y listo: se me calmaba. No consumí ni las dos pastillas completas. Otros subalternos me imitaron, y descubrí que tenía liderazgo y mejoró enormemente mi capacidad de concentración; disminuyó mi inseguridad y timidez; mejoró mi desempeño sexual y mi semblante. Cuando suspendí el trago seguí mejorando en esos aspectos, y empecé a observar –sobrio- como otros se idiotizaban con el licor.
Su padre –recuerda Pedro con tristeza- murió años después de un enfisema pulmonar; una muerte lenta y angustiosa para él y para todos sus seres queridos. Y su hermana menor dejó de fumar cuando se lo diagnosticaron, y ya tuvo una crisis que la mantuvo 15 días con respiración artificial, en cuidados intensivos.
Quería que conocieras esto –dice terminando así su relato este amigo- para que tus lectores y quienes conozcan esta historia, racionalicen el daño que le hace al cuerpo con cada bocanada de humo. Hoy en día, guardo mejor apariencia que personas más joven que fuman y toman. Lo único negativo (¿?) fue que engordé un poco (se mejora el apetito), síntoma y consecuencia tal vez, de una mejor salud.
Creo, y esta es mi opinión, que abandonando el cigarrillo y el licor es más sencillo hacer lo mismo con otros vicios.

*Ing. Electrónico, MBA, pensionado Electricaribe.

movilyances@gmail.com

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