Columna


Velar por los ancianos

RUDOLF HOMMES

20 de mayo de 2012 12:00 AM

RUDOLF HOMMES

20 de mayo de 2012 12:00 AM

Una señora mayor de 60 años compró un aparato de Apple para bajar películas y quiso organizar el computador, el iPad, el teléfono y esta nueva adquisición para que funcionen coordinadamente, para lo cual le enviaron a un asesor de la tienda local de Mac. El sistema le exigió la clave de acceso a iTunes (el almacén virtual de Apple) y el asesor se la pidió. Ella se negó y él trató de obligarla hablándole golpeado y en tono conminatorio. La señora no se dejó intimidar e ingresó personalmente esos datos, pero recurriendo a varias artimañas para impedir que el asesor se quedara con la clave. Él se negó a darle asistencia adicional, le exigió el pago y salió dando un portazo.
Ya sola, reflexionó sobre lo sucedido y se preguntó si el tipo la hubiera tratado igual, con tanta altanería y metiéndole miedo, si ella tuviera 20 años menos. Después de evocar experiencias de otros adultos mayores que conocía concluyó que no solo los niños son víctimas de los “bullies”, sino que hay matones especializados en intimidar ancianos para aprovecharse o para sentir poder sobre ellos, como lo hacen los matones juveniles en los colegios y en los barrios. Algunas de las historias que conoció se resumen a continuación, variándolas para proteger las identidades.
Un anciano muy rico aceptó la invitación de una hermana y su esposo de vivir con ellos después de enviudar para que no viviera solo. Poco después la pareja comenzó a cuidarle las visitas y a restringirle el acceso a sus amistades y al resto de su familia.  Muy pronto, el cuñado y la hermana le daban órdenes y enfurecían cuando no les hacía caso. Gradualmente se fueron adueñando de su voluntad, lo aislaron del todo, y lo indujeron a cambiar su testamento a favor de ellos.
A un profesor retirado le llegaron mensajes electrónicos de Bilbao informándole que había muerto un pariente de su mismo nombre y le había dejado trescientos mil euros. Le pedían los números y fotocopias de sus documentos de identidad, los números de sus cuentas bancarias y las claves para depositar la herencia en esas cuentas. Entregó todo eso y cuando su señora se enteró ya estaban haciendo desaparecer lo que tenían en esas cuentas.
A un anciano que reside en una institución que manejan unas monjas no le permiten ver a una amiga porque es afrodescendiente. No la dejan entrar a ella a visitarlo por normas que aducen sobre visitas de personas de otro género. Le toca verse con ella, cuando logra salir, en cafeterías o en parques, como si tuviera 14 años, y ha comenzado a deprimirse por su soledad y la pérdida de autoestima que se deriva de que lo traten como si no tuviera uso de razón.
Estos son ejemplos de lo que les sucede a ancianos de altos y medianos ingresos. En otras clases sociales parece haber mayor solidaridad, pero también los pueden tratar en forma indigna y abusan de ellos como en los casos reseñados aquí.
Nuestra sociedad no ha construido hasta ahora mecanismos para proteger a estos ancianos y para preservarles su independencia y autoestima, ni instituciones que asuman alguna responsabilidad sobre el bienestar y la salud mental de los viejos.

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