Columna


Vendedores y voceadores

RODOLFO DE LA VEGA

01 de octubre de 2011 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

01 de octubre de 2011 12:00 AM

En comentario reciente decía que, aunque Cartagena ha crecido y dispone de miles de tiendas en los barrios, muchos supermercados y centros comerciales donde podemos comprar desde un automóvil hasta un paquete de puntillas o un chocolatín, seguimos también abasteciéndonos en nuestros hogares de vendedores y vendedoras ambulantes que disponen de una carreta tirada por un burro, una carretilla de mano o, simplemente, de una ponchera o palangana que ponen sobres sus cabezas. Mi amiga palenquera, Carmen, pasó de la ponchera a la carretilla, donde lleva platanitos, aguacates, mangos, zapotes, piñas, melones, patillas y otras frutas de estación.
Como ella, hay otras que tienen acaparado el barrio de Manga. Para hacerse notar, o para anunciarse, no hay otro medio que, a grito pelao decir: "Case... llevo aguacate, mangos, piñas, etc., etc".- Todo esto a pesar de tener en el barrio dos supermercados, estar muy cerca del Centro Comercial Caribe Plaza, próximo al Centro San Felipe y, relativamente cerca del mercado publico de Bazurto.
Pero ocurre que entre los vendedores ambulantes y el casero (a) se establece un vínculo  que es más afectivo que comercial. Somos conscientes de que, en ocasiones, pagamos a Carmen los aguacates más caros que a otros. Pero también tenemos en cuenta las terribles asoleadas que ella se tiene que soportar; una cosa va por la otra.
Lo que si va desapareciendo es la venta callejera de dulces que llevaban dentro de tártaras con tapa provista de anjeo para alejar las moscas. Entre la tártara y la cabeza del vendedor va una rodilla o rodete para evitar el maltrato. Cada vendedor o vendedora tenía su propio pregón; unos muy sencillos, y  otros, a los que les ponen música, son verdaderos cantos.
Hasta hace poco oíamos al vendedor de "griegas" que decía: "es que no me oyen, o es que no me ven". Años atrás era famoso "Caraegallo", un hombre que, según el decir de algunas mujeres, estaba bien dotado. Él, conocedor de su fama, comunicaba a sus propios pregones cierta malicia: "llevo huevos, huevos de gallina llevo, ¡Mujeres!, cómprenle los huevos a Caraegallo".
Durante mi adolescencia había en el Centro y en Sandiego una famosa vendedora de dulces llamada Casimira. Su figura nos resultaba familiar a quienes diariamente transitábamos por las viejas calles de Cartagena. Llevaba en la cabeza una gran tártara llena de dulces. A modo de protección entre su cabeza y el fondo de la tártara ponía Casimira una rodilla de trapos enrollados. Lanzaba al aire su cantarino pregón: "Llevo dulces, llevo dulces". Si alguien preguntaba, ¿qué llevas? Ella respondía: "marialuisas, cubanos, piononos, alfajores, pudincitos, merengues, caballitos, bolas de ajonjolí y de tamarindo, bizcochos borrachos, conservitas de leche, de plátano y guayaba". Era muy atenta Casimira. Todo marchaba bien a menos que algún muchacho travieso le gritara: "Sin fuerzas, sin fuerzas".
La buena mujer se transformaba. De su boca salían los más vulgares insultos. Intrigado pregunté a Jaime García, veterano del barrio, quien me explicó que Casimira no tenía marido fijo, pero que a veces aceptaba gustosa algún requerimiento. En el momento sublime del retozón decía: "No tengo fuerzas, no tengo fuerzas". Su furia provenía de que sus transitorios amantes divulgaran sus intimidades de alcoba.

*Asesor Portuario

fhurtado@sprc.com.co

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