Columna


Vericuetos de la finca raíz

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

10 de abril de 2012 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

10 de abril de 2012 12:00 AM

La primera constatación impresionante, después de buscar durante un año, una vivienda cálida y amable para la familia, fue la de que los arquitectos modernos tienen la idea de que las empleadas del servicio doméstico duermen de pie. Todos los apartamentos que visité disponían de un espacio de cuatro baldosas para las muchachas y otro espacio similar para la “zona de labores”. O sea, que la gente in de hoy usa ropa desechable, o, por el contrario, mete la ropa sucia en un canasto para que se lo lleve la lavandera para su casa y…; ¡lo traiga limpio a la mañana siguiente!
La segunda constatación interesante es que la mayoría de mis amigas de infancia están dedicadas a la finca raíz y corren bases todos los días, inclusive sábados y domingos, para venderte el hogar de tus sueños, porque “yo te quiero mucho y tú mereces vivir como una princesa”. Durante meses, ellas recuerdan alguno de los rasgos de tu personalidad para decirte que te ofrecen un espacio luminoso, familiar y no turístico, con la cocina abierta a la última moda, y, como si fuera poco, tienen un carpintero y un arquitecto de su confianza dispuesto a remodelar y redecorar.
Después de oír la carreta de mis amigas corredoras de finca raíz, tengo la certeza de que ganarse la vida como locutor, maestro, periodista o cantante, es mucho más sencillo, y sobre todo, menos exigente y sacrificado. Si hay una palabra que se adapte a esta profesión es el término “incierto”, porque nunca se sabe cuánto pueden ganar en un mes. Y para los clientes es igualmente incierto el negocio, porque el apartamento que tiene una sala bonita, tiene una cocina desastrosa, y el que tiene una buena vista, es vecino de gigantescas moles de cemento que en menos de un año acabarán quitándole el paisaje a los nuevos propietarios.
Ni hablar de la redacción de las “promesas de venta”. Más de una vez decoramos mentalmente los apartamentos que perdíamos inesperadamente porque en la promesa de venta se vendían inmuebles en planos cuando ya se constituían en “cuerpo cierto”, o se dañaba el negocio, porque la propietaria se estaba interdicta y el administrador del bien no estaba autorizado para venderlo.
Quizá he visitado cincuenta apartamentos en menos de seis meses y casi ninguno llenaba mis expectativas, a pesar del interés de mis amigas por tratarme como a una reina en búsqueda de un castillo donde vivir. Cartagena tiene una enorme oferta de vivienda pero los precios están por las nubes y aquí sí vale la expresión de que “cuando hay balde no hay brocha, cuando hay brocha no hay balde, y cuando hay balde y brocha no hay…; ‘ñerda’ ”.
Sin embargo, es admirable que a punta de originalidad y de carreta, tantas mujeres cartageneras hayan encontrado la fórmula precisa para aportar recursos a su hogar en esta época en que cunde el desempleo. No faltó quien me dijera un día que comprara mejor en el Puerto Azul y no en el Pedro Heredia. “¡No es porque lo esté vendiendo yo, mijita, pero este apartamento es una ganga, porque tú sabes que el personal de Carulla no es el mismo que el de la Olímpica!”.

*Directora Unicarta

saramarcelabozzi@hotmail.com

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