Columna


Vidrios rotos

RODOLFO SEGOVIA

20 de marzo de 2012 12:00 AM

RODOLFO SEGOVIA

20 de marzo de 2012 12:00 AM

Mientras alucinados rompían vidrios como quien rompe piñatas a ciegas y ladronzuelos metían la mano en la caja, el alcalde de Bogotá malbarataba fuerza pública, incapaz de controlar a unos pocos convulsos armados con celulares. Tarde amarga, pero, dice orgullosamente Petro, no hubo víctimas. No contabiliza la crispación de la ciudadanía.
La noticia terminaría en el saco roto de las frustraciones capitalinas y en el deporte de fraccionar a que están habituadas las izquierdas, si no fuese por las explosivas revelaciones del exalcalde Peñalosa. En sus infidencias deja implícito que Petro quiere hacerse con la operación de los articulados del Transmilenio.
Asoma el espectro de las difuntas empresas municipales de buses, detestadas por los usuarios y saqueadas por la politiquería y los sindicatos. Poco importa esa experiencia. Poco importa que la Empresa de Acueducto de Bogotá sea una de las más costosas e ineficientes del planeta, buena para repartir agua demagógicamente pero pésima para densificar dentro de la frontera urbana y llevar el líquido hasta lotes donde construir ordenadamente vivienda para los pobres. El fondo es ideológico.
El Distrito Capital es de las contadas grandes ciudades en el mundo que controla directamente  agua, teléfonos fijos (desbordados por la tecnología móvil) y generación de energía (a más de socio en la distribución), mientras padece sumido en la opacidad de rellenos sanitarios. Entre tanto, la vialidad literalmente se resquebraja y la salud pública para el Sisbén desapareció. Visiten el San Juan de Dios, una vergüenza. Hace unos años brilló un rayo de sol, Bogotá se convertía en urbe modelo. Han seguido tres gobiernos de filiación translúcida: uno folclórico, otro corrupto y el de ahora, por el momento, inexperto. Pero no importa, lo que cuenta es la ideología.
Lo relevante, en efecto, es quien es dueño de los medios de producción. Mañana caerían fábricas de cementos y de jabón, pero por ahora la prioridad son los entes encargados de suministrar los servicios públicos. Habría razones teóricas para esa postura. En monopolios naturales los intereses de los bonos soberanos para financiarlos son más baratos que la renta exigida por la empresa privada.  Eso sin externalidades, porque como sabía don Sancho Jimeno a la vista de las velas piratas que atacaban a Cartagena en 1697, el Estado español era ineficiente, corrupto, fanático e incapaz de defenderse.
Y si de ideología se trata, Petro, el brillante polemista y valeroso denunciante de podredura administrativa y atrocidades paramilitares, el admirador de Chávez aunque por razones electorales sin la coherencia de Piedad, no ha acabado de quitarse el capuchón del guerrillero con el que, hasta cuando le cobijó el indulto, juraba derribar las instituciones democráticas por las armas.
En su admirada Francia, esa que simpatiza con revoluciones siempre que sean por fuera de su Hexágono, Petro dejó caer esta perla ampliamente publicitada por aquellos lados poco antes de posesionarse: “Al ejecutar rehenes, las FARC no cometieron un asesinato sino un crimen de guerra”, o sea lo mismo que cuando su M19 asesinó a José Raquel Mercado. ¿Si le eligen Presidente tendrá el capuchón a la mano para encasquetárselo y cooptar la democracia como un vidrio roto? 
Asunto de ideología.

rsegovia@axesat.com

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