Columna


Viejas andanzas

ROBERTO BURGOS CANTOR

14 de mayo de 2011 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

14 de mayo de 2011 12:00 AM

Algunos analistas y políticos consideran que el Presidente elegido el año pasado lo fue bajo la condición de continuar las políticas y programas del gobierno y la administración que cesaba. Esta forma inédita de democracia hereditaria parece una ocurrencia más del estado mental y cultural que nos dificulta a los colombianos la aceptación de la realidad. Nos habituamos a un ejercicio estéril de deseos inanes que no transforman nada.
De las varias consecuencias que se atribuyen al ejercicio del mando quizá la más reiterada es que produce locura. Le sigue la consecuencia de fealdad moral. Abundan en el teatro de Shakespeare que se ocupa de los artilugios de la política y el poder en ese límite humano de reyes y reinas, príncipes, bufones, enanos, consejeros, áulicos, amantes, generales.
No faltaron favoritos del extinto gobierno que propusieron al nuevo Presidente que incluyera como Ministro al mandatario que se despedía. Y a lo mejor alguien recomendó la ratificación del gabinete que concluía y la prórroga de los abundantes contratistas.
Parece que una de las bromas preferidas del azar es la simetría, la burla para mostrar los anacronismos, y quizá la poca disposición de los seres para aprender algo de la historia. Sucede ahora con el actual Presidente. A su antecedente familiar se le atribuye haber morigerado el ánimo de exaltación transformadora, las tensiones que alimentaban factores de poder y de intereses contra las políticas de López Pumarejo. Es indudable que al país de modestas siembras que tuvieron fortuna, de debates en latín que no excluían los tiros y la intolerancia, de desigualdad aceptada como designio Divino, mucho le habría convenido el desarrollo sano del bien común, la función social de la propiedad, la reforma agraria, la resolución de la promiscuidad entre el gobierno civil y la fe religiosa, la mejor distribución de la poca riqueza. A lo mejor estaría mejor preparado para el ventarrón de las piruetas financieras, las mulas cargadas de dólares, la insultante ostentación de tantas fortunas surgidas de la magia instantánea del crimen.  
Es ejemplar que con una obra de raigambre liberal como la Constitución de 1936, al reformador López, no se le ocurrió la forma grosera de la conspiración sin elegancia romana a la cual asistimos como a las prolongadas patadas de los payasos del circo de los Boteritos.
Aquí no se trata de coartar la libertad de nadie. Apenas de reconocer la realidad que indica hasta cuando voy y cuál es mi función cuando no voy. Sobre todo cuando se interviene sin un horizonte político claro y con los énfasis obstinados del capricho.
Al Santos actual, con su condición de clase que le permite concebir el poder como un accidente y jamás como una misión, le tocó, por las simetrías, devolverle al país su extraviada capacidad de pensar, de valorar, de escoger, sin el aturdimiento de la gritería diaria, de los escándalos sin contención.
Concita esperanza ver a los mandos militares cerrando una inocua algarabía. Sí hay conflicto armado. Buen acto de gobierno.

*Escritor

rburgosc@postofficecowboys.com

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