Columna


Vivitas y tirando

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

25 de julio de 2011 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

25 de julio de 2011 12:00 AM

Ni principio del fin ni fin del fin. Entusiasmados con los golpes propinados al negro Acacio, Raúl Reyes, Martín Caballero, el Mono Jojoy y tantos más, más la muerte de Tirofijo, los colombianos nos tragamos el espejismo de que las Farc estaban liquidadas. Una actitud típica de la superficialidad con que analizamos nuestra realidad política y social.
Debimos haber pensado que si no hubo rendición, ni liberación unilateral de todos los secuestrados, ni una propuesta de diálogo sin despeje y con desmovilización, era porque las Farc seguían vivitas y tirando balas y tatucos. Tampoco se nos ocurrió suponer que, en las guerras, de los golpes asestados a un ejército, mientas no haya derrota definitiva, surgen nuevas estrategias. Pero era más cómodo ceder a la manipulación de los medios que hacer el esfuercito mental que nos diera la certeza.
A las Farc las aporrearon en ocho años, pero aguantaron y retomaron su acción. Ahora corresponde al Gobierno y a las Fuerzas Militares cambiar también su estrategia y sus métodos de combate si no quieren que los avances que coronaron se evaporen. Es lo que aconseja lo que el enemigo ha demostrado, con Sun Tzu en los fusiles: que cuando no hay forma de retirarse se resista y cuando se está batallando se persevere. Pasemos, pues, de los ardides mediáticos a nuevos y contundentes resultados, sin descuidar las condiciones objetivas que le sirven al terrorismo de justificación política.
La verdad verdadera de la guerra es mucho más seria que las excitaciones emocionales que produjeron las bajas de varios miembros del Secretariado. A la insurgencia le sobran comandantes y segundos al mando en sus frentes y columnas. De modo que el enfrentamiento se mantiene para largo, sobre todo porque continúa atado a una política contra las drogas que favorece a la subversión. Sin esa política, las Farc no hubieran tenido el segundo aire que las salvó de desaparecer, como pasó con las guerrillas centroamericanas, que se vieron obligadas a negociar su reinserción por falta de combustible financiero.
Por otra parte, la lucha armada no es para las Farc el anacronismo que en su continuidad observa el mundo occidental, con los partidos comunistas en el coro. Los jefes guerrilleros apuestan a ser la versión siglo XXI de las cuatro revoluciones más sonoras del siglo XX, por lejos que estén de completar la suya. Su prolongación no les turba el sueño y confían en que factores como el modelo económico, que despoja al Estado de poder y llena de oro a los grupos plutocráticos, aumenten su aporte a las injusticias y el caos.
Después de los escapes en los cercos de Marquetalia, Riochiquito y El Pato, cuando las Farc no andaban tan crecidas como crecieron a partir de la duplicación de sus bloques en 1983, y con más dinero, mejor armamento y acceso a la tecnología, es bastante lo que tendrá que hilar en labores de inteligencia y bombardeos el Gobierno para que la seguridad no se nos arruine. Con Uribe la nueva estrategia de Cano habría traído los mismos efectos.
Dejemos a un costado las comparaciones odiosas entre Uribe y Santos, y relegitimemos una democracia en la que no se sabe qué es peor para su estabilidad: si los asaltos tonitronantes de las Farc o los desfalcos en serie de los ocho años anteriores.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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