Columna


Faltaría a la verdad si dijese que me defraudaron los candidatos a la alcaldía de Cartagena en el debate del jueves. Alimentaba pocas expectativas y ratifiqué mi desesperanza.
Lamentable la ausencia del líder de la contienda. Los argumentos estratégicos para justificarla son insuficientes para borrar el desaire de Campo Elías a los ciudadanos interesados en escuchar, comparar y hacer juicios para escoger bien.
Cuando se cuestionan sus competencias para encarar y resolver los graves problemas que afligen a Cartagena, la posición huidiza, quiérase o no, obra en su contra, pues autoriza interpretar aquella ausencia como confirmación de esas debilidades. Esta actitud puede darle votos en algunos sectores, mas le resta en los segmentos deliberantes.
Sus contendores cumplieron la cita, corrieron el riesgo y, a mi juicio, poco cosecharon.
Hablaron de propósitos elementales, sin rigorosos planteamientos sobre mecanismos para obtenerlos, sin mencionar fuentes de recursos y encadenamiento de causas y efectos. Recitaron lugares comunes, envueltos en difusa palabrería. Si en todas las empresas humanas es necesario satisfacer los por qué, cómo y para qué, con mayor razón cuando se enuncian políticas públicas que, en suma, son medios de actuar sobre la comunidad con recursos de la comunidad y con esta comunidad como fin último.
El episodio ahonda la preocupación sobre las zonas oscuras que envuelven a los dos candidatos de mayor aceptación popular según las encuestas.
Una de ellas es la economía de las campañas. Reina el escepticismo sobre las cantidades gastadas y el origen de los fondos. Prevalece la percepción de que se hayan sobrepasado los topes. Se habla por doquier de pagos para obtener el favor de comunicadores y de gestores sociales que no se revelan. Y junto a ello, el interrogante sobre la procedencia de los recursos. Se teme que personajes de sombría conducta sean inversionistas determinantes en algunas campañas. ¿Quién o quiénes son los beneficiarios de sus aportes?
Igual o peor es lo atinente al concurso humano. Difícil creer que los pícaros contumaces estén marginados de la contienda electoral. A ellos les importa mucho quién sea el alcalde. Y si algo inquieta a la ciudadanía es a qué candidato escoltan esos personajes de merecida mala fama.
Los electores reclamamos respuestas claras y contundentes, ahora, ya. Merecemos que nos publiquen las listas de quienes apoyan y asesoran a los aspirantes, cotidianamente, a medida que suceden los hechos pues son elementos importantes para decidir.
Tenemos derecho a saber quiénes han recibido y cuánto de personas que en esta década han sido contratistas del Distrito, así como de los empresarios de juegos y de medios de transporte urbano, incluido el mototaxismo, o de quienes acarician desarrollar grandes proyectos en Cartagena.
Si son transparentes, los candidatos no deben callar los nombres de las personas que designarán en los cargos de dirección en caso de ganar la alcaldía.
Rendirnos cuentas pasadas las elecciones es una acción tramposa, porque es pedirle al electorado que vote guiado por apariencias. Inaceptable, además, cuando la verdad parece ser virtud de escasa práctica por algunos candidatos.
La poca credibilidad que rodea a algunos candidatos y la desconfianza que crean estas zonas oscuras son una seductora invitación al voto en blanco.

*Abogado - Docente de la Universidad del Sinú – Cartagena

h.hernandez@hernandezypereira.com

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