Cuando en octavo grado mi profesor de sociopolítica sugirió en clase que el concepto de la globalización implicaba el rompimiento de las barreras geográficas y las limitaciones en la comunicación, todos aceptamos su discurso, siguiendo el hábito explicado por Estanislao Zuleta de que “la educación reprime el pensamiento, transmite datos, conocimientos, saberes y resultados de procesos que otros pensaron, pero no enseña ni permite pensar”, además porque el recreo estaba cerca y nadie quería ser la última persona en una fila de espera larga frente al kiosco. Más que parecer de estudiantes uniformados, era una tira de butifarras hambrientas.
Pero la tecnología que forma a la “aldea global”, que puede acercar las voces, la imagen viva de dos personas en continentes distantes, enajena las voces y la imagen viva de dos personas que -estando tan cerca- distribuyen toda su personalidad social en el embrollado mundo de las redes cibernéticas, a través del Plan de Datos de los BlackBerry.
A veces da lo mismo entrar a un SAI con las personas usando los computadores para ingresar en el ciberespacio que ir a una fiesta llena de jóvenes con sus celulares BB, no se reúnen seres humanos, se juntan los PIN y luego del proceso de “presentarse” van directo a saber del otro en un tecleo de muertos: Menú/Blackberry Messenger/PIN del individuo/Mensaje/Enviar.
Conocerse en el tacto, en los sonidos de nuestra labia, en el rumor de cada uno de los cuerpos, todo eso quedó atrás por un movimiento de pulgares mandando un mensaje y nuestra identidad se está reduciendo a un PIN. Romper la timidez no garantiza, contrario a como solía ser, que el fenómeno de la comunicación esté concluido, necesitas el PIN del otro, como si a los seres humanos les adjuntaran códigos de barras en su dicción; quizá aún así se siga hablando, solo hasta que lleguemos al instante en que los BlackBerry se identifiquen autónomamente, leyéndose entre sí sus códigos (así como lo hacen) y que nosotros seamos su imbécil, su inerte portador, sin la necesidad de tener que rozarle alguna frase a la persona de al lado, ninguna señal de los humos del cuerpo, de la habilidad epistolar de las miradas y la caligrafía de los gestos.
De modo que Aristóteles se sentiría tan confundido y arrepentido si en este tiempo hubiera mencionado lo del Zoon politikon, que el hombre es un animal social y político por naturaleza (imaginemos una burla con trompetas), pues lo de social ha pasado a ser virtual y lo de político no es más que un concepto difuso que cuando la inmensa boca popular se da por catar, se encuentra con un sabor rancio de corrupción que con la historia hemos ido sintiéndolo como un déjà vu constante, pertinaz.
Hasta los dolores por amor han cambiado: la ansiedad de canícula por la espera de la otra persona, su perfume indeleble, la respiración de cerca, la fiebre nocturna del insomnio y el malestar de estar enamorado, con la constante distracción han sido sustituidos por un síndrome grosero de túnel carpiano, una insensible tendinitis del pulgar.
arquerolivero@hotmail.com
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