Columna


¿De dónde es el poder de la maquinaria?

RUDOLF HOMMES

20 de marzo de 2011 12:00 AM

RUDOLF HOMMES

20 de marzo de 2011 12:00 AM

Preocupado porque el país no progresará mientras subsista el sistema político clientelista de “la corrupción y la politiquería”, le pregunté a un historiador amigo que reside en Boston, ¿qué minó el poder de la maquinaria política que dominó durante casi un siglo a la ciudad de Nueva York y que se conoce como Tammany Hall?
Respondió que Franklin Delano Roosevelt instaló programas nacionales que debilitaron a los caciques urbanos. A partir de 1934 se empezó a marchitar el poder de la maquinaria política de Tammany Hall. Se sustituyeron a los caciques clientelistas urbanos (“city bosses”) y se fortalecieron otros canales para llevar los servicios a los votantes más pobres sin usar a estos políticos. Quizás Juan Manuel Santos se anime, ya que aspira a ser un “pequeño” Roosevelt, y reforme el sistema político para fortalecer al Estado como proveedor de bienestar y marchite así el poder de las maquinarias políticas corruptas. 
Este poder enorme emana principalmente de grandes masas de votantes con necesidades básicas insatisfechas, y del control de los recursos financieros con los que se pueden atender esas necesidades. El clientelismo vive de la miseria e inoperancia del Estado, que lo hace incapaz de aliviarla, pero que también lo obliga a invertir billones en politiquería y corrupción, para mantener el favor de los necesitados con las promesas clientelistas falsas. Es una forma muy ineficiente y perversa de llegarles a los pobres, casi rehenes de los caciques políticos con “el mercadito, las tejitas o el puestico”.
La perversidad del sistema está en que a los políticos les permite quedarse con los recursos que intermedian, enriqueciéndose en muchos casos, hacerles favores a los empresarios locales mediante contratos, licencias y otros privilegios, y mantener a la gente en la miseria para seguir operando.
En términos económicos, este sistema adolece de que quienes lo operan no tienen alineados sus intereses con los de la clientela, sino todo lo contrario. A los políticos les interesa que los pobres no salgan de pobres. Y entre más discursos sociales pronuncien, mayor es ese interés.  
Si en vez de esa intermediación costosa, el Estado proveyera directamente los servicios a través de una burocracia incorrupta y bien remunerada, con espíritu de cuerpo y de servicio, se atenderían las necesidades de la gente con mayor cobertura, mejor calidad y menos corrupción. Si los buenos sistemas pueden reemplazar a los malos, ¿por qué no hay interés entre los electores, excepto los más educados y más conscientes, para derrocar al clientelismo e implantar un estado social de derecho sin sinvergüencería?
Quizás sirva para entender el arraigo popular de los jefes clientelistas lo que escribió un periódico (Nation) sobre la asistencia de cientos de votantes al funeral del “Boss” Tweed, jefe de Tammany Hall, en Nueva York, en 1878, a pesar de ser condenado por quedarse con recursos del presupuesto de la ciudad y morir en la cárcel: “No olvidemos que él cayó sin pérdida de reputación entre sus seguidores. El grueso de los votantes pobres de esta ciudad veneran  hoy su memoria y lo ven como víctima…;de los ricos y…;un amigo de los necesitados…;.”.
Pocos de los clientelistas colombianos que están en la cárcel o van para allá, merecerían un comentario de prensa similar.

rhommesr@hotmail.com
 

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