Columna


¿Era jugando?

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

17 de marzo de 2011 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

17 de marzo de 2011 12:00 AM

La historia de Yenny Castro ha sido contada. Mientras caminaba por una calle del centro de la ciudad, fue agredida. Sus agresores le dijeron “negra inmunda, te di”.

Denunció los hechos. La policía detuvo a los agresores, que se identificaron como menores de edad, pero que tuvieron la fuerza para maltratar a los agentes de la policía. Yenny no advirtió señal de arrepentimiento en los jóvenes que, según ella, se mostraban amenazantes.
La noticia generó reacciones de algunos sectores que rechazaron inmediatamente esta agresión.
Pero, la preocupación que había en el ambiente subió de tono cuando se publicaron las declaraciones de César Daza, el padre del supuesto agresor, que con cierto cinismo aseguraba que su hijo sólo había disparado unas bolas de goma y pintura que son inofensivas.
Dice que, mientras su hijo y sus compañeros escuchaban música en sus camionetas, Yenny y sus amigas se pusieron a bailar de manera insinuante delante de ellos. Según este padre de familia, los “jovencitos” les dispararon “sólo por juego”.
Entonces, según esto, el señor Daza podría ir caminando por la calle y tener la mala suerte de encontrarse con un joven “juguetón” que le mete una bala de goma y pintura en un testículo, y no pasa nada. Es un juego. El señor Daza, seguiría caminando, máximo se limpiaría la pintura, y diría “Qué muchachos tan juguetones”.
O sea, los hechos que denuncia Castro no son otra cosa que un juego, en una ciudad tan divertida que se vuelve una cancha de “paintball” pública. Algo así como un gran parque de diversiones, la versión criolla de Disneylandia, en la que todo nos parece gracioso.
Bromeamos, hacemos travesuras, nos divertimos. Eso espera el señor Daza que crea el resto de la ciudad. Espera que pensemos que su niño salió en la camioneta como si se tratase de un carrito chocón, que carga su arma por si se puede ganar un osito de peluche, mientras su padre le compra un algodón de dulce.
En Cartagena no podemos permitir interpretaciones absurdas a hechos violentos. No podemos permitir que ningún ciudadano sea agredido por ningún motivo, y mucho menos por su color de piel, su sexo, o su orientación social. Nadie. Ni pobres ni ricos. Ni de un barrio ni del otro. No podemos admitirlo. 
Y no podemos admitirlo de ningún agresor, porque se supone que la ley es para todos, y debe ser igual de severa para los unos y para los otros. Así que como ciudad no podemos seguir soportando que los apellidos funcionen como la inmunidad diplomática.  Y los jóvenes en camionetas que salen a lastimar mujeres en la calle, deben ser tratados con la misma severidad que los jóvenes que van en bicicleta, en mototaxi o a pie.
La sanción que exista sobre el agresor de Yenny Castro, va a hacerle bien a la sociedad.  Le va a hacer bien a Yenny, porque va a sentir que sus derechos importan. Pero, sobre todo, le podría hacer muy bien al agresor, que tal vez así pueda aprender que no es aceptable la diversión cuando le causa daños a terceros.  Algo que se supone que un padre debe enseñar. No es el caso.

*Psicóloga

claudiaayola@hotmail.com

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