Columna


¿Hasta cuándo?

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

15 de diciembre de 2010 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

15 de diciembre de 2010 12:00 AM

Es lunes en la noche y ha vuelto a llover en Cartagena, tal y como viene lloviendo desde hace no sé ya cuantos meses, no sólo en la vieja ciudad sino a lo largo y ancho de nuestro desbaratado país. Este mismo lunes, los noticieros contaron que el número de damnificados por el invierno había subido a más de 2 millones de personas. Parece una simple estadística, pero estamos hablando de hombres, mujeres, niños, y ancianos, expuestos a situaciones tan terribles como las que viven –y tanto nos horrorizan- los haitianos.
Porque de eso se trata: la muy sofisticada Colombia, la de capitales tan distinguidas como Bogotá, Medellín y Cartagena, tiene en este momento más gente viviendo en albergues y en viviendas miserables y rodeadas de peligro, que Haití. La diferencia quizás radique en que en ciertos sectores de esas grandes ciudades la desgracia de esos dos millones sólo se ve en los programas de la televisión como algo que está sucediendo lejos de sus vidas, así esté pasando apenas a 15 minutos de sus apacibles barrios.
La pregunta que se hace la gente buena de Colombia es la misma: ¿Cómo superar esta tragedia, que amenaza con agravarse, aún más si cabe, en las próximas semanas? Previsible apenas que en muchos de esos pueblos y barrios citadinos, inundados por la crecida de los ríos y de los arroyos, se incuben hoy toda clase de enfermedades, de las que no se pueden descartar ni siquiera pestes aterradoras como el Cólera, que creíamos derrotadas, y que hoy regresan como especies malignas de ultratumba.
¿Cómo, pues, superar este inmenso drama? Ha dicho el Ministro de Hacienda que costará 10 billones de pesos lograrlo, es decir casi que el presupuesto completo de un año de toda Bogotá y cerca de cinco veces el de Cartagena. Por su parte, el Ministro del Interior ha anunciado un decreto con el cual se autoriza el desalojo, incluso por la fuerza, de todos aquellos que viven en viviendas en peligro inminente. No dudo de sus buenas intenciones, pero sabido es en la historia que estas no bastan. La realidad colombiana no deja mucho campo para el optimismo.
¿Por qué vive tanta gente en terrenos malos? Por la sencilla razón de que no tienen otro lugar al que ir. Miremos el caso de Cartagena: ¿Cuánta gente está sometida a las inundaciones y al riesgo de derrumbes? ¿Ciento cincuenta mil? ¿Doscientas mil? Y pese a este número tan elevado, ¿cuántas casas ha podido entregar en tres años completos el Gobierno local? Menos de 1.000.
¿Y por qué no pueden mudarse los pobres a otro lugar? Porque la miseria es tan grande que ni en sueños pueden costearse una casa en un barrio medianamente decente. Los terrenos disponibles para los pobres son aquellos que presentan las peores condiciones. El resto de la tierra de la ciudad es tan costosa que no puede ser comprada para vivienda popular.
Sólo el trabajo estable y decentemente remunerado les permite a los seres humanos superar el círculo vicioso de la miseria, buscar nuevos horizontes y rodearse de condiciones mínimas de una vida digna. Si seguimos con más de un 70 por ciento de la población sin empleo o con trabajos informales nada de fondo se resolverá. Tan sólo tendremos soluciones de emergencia, transitorias, coyunturales. Lo que el Caribe necesita es eso: trabajo productivo, el resto vendrá después.

*Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena

alfonsomunera55@hotmail.com


 

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