Columna


¿Problemas sin solución?

RICARDO CHICA GELIS

06 de enero de 2011 12:00 AM

RICARDO CHICA AVELLA

06 de enero de 2011 12:00 AM

En columnas anteriores he destacado el contraste entre las posibilidades y los problemas de Cartagena y la necesidad de acción colectiva para resolver los que el mercado no resuelve, como el de la depredación del espacio público bello y la desvinculación del grueso de la población de las actividades económicas más dinámicas. El mecanismo privilegiado mediante el cual esa acción colectiva toma forma es la política y la administración pública, la cual adelanta programas importantes en ambas áreas.
La incapacidad de esa Administración de atacar otros problemas de coordinación social en forma efectiva deteriora la calidad de vida hasta el caos. Dejando a un lado la inseguridad (cuyo dramatismo fue ilustrado por el paro de los taxistas que infartó a la ciudad), los cartageneros enfrentan problemas de movilidad y de contaminación ambiental, cuya gravedad refleja su complejidad, pero también la incompetencia de esa Administración: en ambos aspectos es incomprensible cómo no se toman medidas cuya sencillez contrasta con su eficacia potencial.
El tránsito de Cartagena es un caos no solamente porque la red vial concentra masas enormes de tráfico en cuellos de botella críticos, sino porque la incompetencia de las autoridades de Tránsito las incapacita para mantener el tráfico fluyendo.
Que las colas de carros tratando de entrar al Centro o pasar a Bocagrande por Getsemaní se extiendan por cuadras (calle Larga, puente Román, avenida Rafael Calvo, puente de Las Palmas); o que las de buses tratando de pasar por la India para devolverse (o por el mercado) se extiendan también por cuadras, refleja esta incompetencia.
Simplemente porque en ambos casos la solución es diáfana. En el primero, camiones de reparto parados o automóviles ocupando calzadas frente a los restaurantes en la calle Larga; y en el segundo, busetas paradas en la Matuna y taxis parados al ingreso a la Avenida Venezuela esperando, con sorprendente tranquilidad tanto de ellos como de las autoridades, la llegada de pasajeros esporádicos.
Claro, esta situación no sorprende cuando los agentes de Tránsito están dedicados a llevarse automóviles parqueados en aéreas permitidas, actividad infinitamente más lucrativa para ellos que hacer mover camioneros, taxistas y buseteros de esos cuellos de botella.
La contaminación ambiental tiene también aspectos muy complejos pero también algunos con soluciones muy simples, como el horror de las basuras en las playas y el ruido de los rumbeaderos. En este último caso es entre patético y ridículo que el aviso a la entrada del puente Román desde Manga advirtiendo que el ruido no debe sobrepasar los 82 decibeles (¡siendo que los límites son de 70 de día y 65 de noche y la OMS recomienda 50!) vibre por las noches toda la noche con los bajos de la música de los rumbeaderos y el baluarte al final de la calle del Arsenal a múltiplos de ese supuesto límite.
Este cuadro se prolonga durante domingos y festivos, porque un par de vecinos de Getsemaní están atentos a reemplazar diligentemente el ruido desconsiderado de los rumbeaderos con el de ellos, para garantizar que el aviso continúe vibrando todo el día.

*Director CEA UTB

rchica@unitecnologica.edu.co

*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.
 

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