Arte


"En mi arena compañera": Alonso Gómez

Mas de 36 países han tenido la oportunidad de tener en sus playas los magníficos castillos de arena que construye, tan detallados y bien esculpidos que invitan a minimizarse para poder recorrerlos por dentro.

Con más de dos metros de extensión, el castillo se erige fuerte entre la arena que lo sostiene, la misma que en su estado natural muestra una debilidad que Alonso Gómez como siempre lo ha hecho, sabe fortalecer para crear la base de su obra. Torres con diseños que no encontraríamos en ningún castillo existente, con acabados que construye en su cabeza utilizando como única herramienta la imaginación y la buena vibra que siente al tocar la arena con sus manos y tomar la espátula. El castillo no tiene muros ni está esculpido para protegerse, al contrario; está hecho para mostrarse e invitar a las personas pequeñas o grandes, ricas o pobres, a recorrerlo con su mente. Las escaleras, que son tan diminutas y perfectas entran y salen como jugando entre los arcos, como burlándose de que no podamos pisarlas con nuestros pies para descubrir lo que hay dentro de las torres, elaboradas sarcásticamente con las puertas abiertas.

Cada vez que el señor Alonso habla de Rio de Janeiro expresa el amor que siente hacia la ciudad donde vivió más de 20 años y donde actualmente posee un espacio de playa que deja que su arte, así como el de otros escultores, pueda volar y transformarse en imponentes edificaciones de arena.

Este hombre, al que no le gusta medir las situaciones por el tiempo, (y que nunca me dijo su edad) afirma que casi toda su vida se ha dedicado a explorar el don que se le dio y del que vive y ha sacado todo el provecho que ha podido. Un provecho expresado en vivencias, en alegría, y en el orgullo de ver que su obra es admirada no solo como el telón de fondo de una foto para el recuerdo.

"Quiero que un día el estado de Colombia diga : pago por ver" y es que en Brasil ya a los escultores se les ha cedido un espacio, sin necesidad de permisos, (como el otorgado por la Alcaldía y la Secretaría del Interior en Cartagena), para poder mostrar esta clase de escultura en una playa.

Alonso Gómez espera que en el país se incentive a los niños en el arte de la escultura, pues ya en Brasil existe la Asociación Brasilera de Escultores de Arena, la cual con su ayuda vio el desarrollo de decenas de niños y jóvenes que hoy día construyen maravillosas edificaciones.

Cuando le hablo del dinero y su significado, da cuenta de la necesidad de tenerlo para ciertas cosas: para sobrevivir, pero no para convertirlo en el eje de su existencia. Me transporta con él a su pueblo natal, un próspero lugar en el Tolima donde las gallinas no se podían contar y donde el olor de la miel de la azúcar impregnaba el sitio antes de convertirse en panela. Cuenta que nunca carecía de alimento y que con el tiempo la violencia se tomó la alegría del lugar hasta tal punto que a su regreso a Colombia, ya ni a sus primos reconocía. Las típicas disputas por las tierras que le corresponden a cada quien surgieron así que todo cambió. Sin embargo el señor Alonso tiene una mirada cálida de ojos claros, una felicidad que deja ver lo que ha visto y disfrutado en la vida. Hay una frase que le gusta mucho y es la que dice su sobrino Kenji Yokoi Orito Díaz, el joven conferencista colombo-japonés de Ciudad Bolívar y creador de la iniciativa Turismo Con Propósito: "Yo se que hay muchas cosas malas pero me gusta hablar de lo bueno".

Con acento propio de “ese”  algún lugar del Tolima, me dice "Mire niña, cuando usted llegue a los 50 ya no tiene nada mas que hacer .. con lo mucho o lo poco que tenga viva feliz y sin sentirse carente".

Me ha quedado mucho por contar, quizá las expresiones de admiración y hermosura que produce esta obra ameriten cientos y cientos de páginas donde no habrá cabida a las típicas preguntas de ¿cuánto tiempo se duró haciendo el castillo? O ¿ Y si llueve y se moja qué pasa? Donde habrá tiempo para hablar incluso de ese compañero que le surgió al escultor al lado de la arena y que lo acompaña día y noche en las playas de Bocagrande, buscando su propio destino en la ciudad.

Por lo pronto el castillo se sigue moviendo, se desarma y renueva para postrarse en otro lugar, halando el horizonte donde el sol se pone magníficamente sobre las olas.

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