Alberto Méndez, el coreógrafo cubano, encargado de la gala inaugural del Festival Internacional de Ballet, que este año llega a su VIII versión en Cali, habla sobre el espectáculo y la evolución del ballet en Colombia. La cita es este 1 de junio en la Plaza de Toros de Cañaveralejo.
¿En qué consiste el montaje que presentará en la gala inaugural del Festival Internacional de Ballet?
Lo he dividido en tres partes: la primera es un desfile que lo integran bailarines de la escuela y de la compañía. No es una coreografía, aunque tiene elementos coreográficos, es una ‘corpografía’. Ya el 80 % está montado. ¿Qué falta? El manejo de la arena, que es importante, porque si pisas la arena, no puedes volver a subirte a tarima, que será de 16 metros de diámetro. Eso complica.
¿Y las otras dos partes?
En total serán 200 bailarines. Primero se bailará una polka, después viene la danza. Al final estará el grupo de los más avanzados que son 16 parejas. Veremos a Óscar Chávez, que salió de Incolballet y hoy está en la compañía de Maurice Béjart. Él traía una coreografía de Béjart y yo la ajusté a mi propuesta. Bailará solo, pero tendrá toda la escuela a su alrededor, como haciéndole coro. Debíamos mostrar a ese muchacho como el ideal de a dónde puede llegar un estudiante de la escuela.
La gala será, pues, un recorrido del futuro que puede tener un chico que empieza en Incolballet...
Óscar será como el flautista de Hamelin, que se lleva a todos los niños y les dice “vámonos a ver el futuro. Yo soy nada más la muestra de las opciones que brinda esta escuela y esta compañía de llegar alto. No hay nada que lo impida. Y eso tienen que verlo los muchachos. Porque como Óscar hay muchos. Incolballet invitó a varios a participar del festival, aunque no todos estarán por cuestiones de tiempo.
¿Cómo se llama la gala?
Es una coreografía vieja, ‘Fantasía’, y como Incolballet no es muy grande, se adapta bien, pues participan seis varones y tres muchachas. Al final, hay una coda musical en la que pretendo que intervengan los invitados y la compañía. Después vendrá algo apoteósico: música, el saludo de toda la escuela y algunos efectos especiales, que son los que me tienen sin dormir.
¿Cómo ha sido su trabajo con bailarines colombianos?
Ya conocía muchos bailarines que ahora son maestros así que indiscutiblemente hay un florecer. Este festival, que no existía cuando vine la primera vez a Cali, es muy importante pues trae compañías de todo el mundo. Además del de Cuba y este de Cali, no recuerdo otro de esas características en Latinoamérica. Cali debe estar orgullosa de la labor que se ha hecho en 35 años.
¿Cómo nace su vida en la danza?
En La Habana estudié arquitectura, pero lo que a mí me gustaba era la danza. Bailaba con la música de las vitrolas en la playa y veía mucho cine sobre danza. Hasta que un amigo me habló de unas audiciones. Fue en 1959, yo no tenía la menor idea, pero quedé. Me ayudó mi buen físico porque practicaba mucho deporte. Al año siguiente fui al Ballet Nacional de Cuba a hablar con su director, que para esa época era Fernando Alonso, y le dije que no tenía ninguna experiencia, pero que me gustaba el ballet. Y tuve la suerte de estar en una gira de siete meses por el exterior. Tenía 21 años y aprendí a bailar en esa gira.
¿Qué recuerda de Alicia Alonso?
Las grandes estrellas tienen sus peculiaridades, y yo he tenido la suerte o desgracia –no sé bien– de trabajar con ella y con Carla Fracci, la Ópera de Varsovia, de Budapest, compañías de Francia e Italia y en teatros como la Scala de Milán. Uno descubre que todos los bailarines son lo mismo: cojean de la misma pata. A mí también me pasó. Entonces uno aprende que nunca es fácil manejar a los bailarines en general y a las ‘estrellas’ en particular.
¿Han cambiado esa presión y alta exigencia que caracterizan al mundo del ballet?
En lo absoluto. Es un arte que demanda mucho físico. Los atletas tienen psicólogos, pero no el bailarín. Y a través de estos años he conocido gente que se ha vuelto loca, de reclusión, como Vaslav Nijinsky, bailarín ruso que terminó en un hospital psiquiátrico. Era genial, pero terminó loco porque la demanda es muy fuerte, y enfrentarse a un público, con 800 ojos que te están mirando, no es fácil.
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