Cultural


Cartagena, la más grande acuarela

GUSTAVO TATIS GUERRA

14 de diciembre de 2016 12:00 AM

A veces uno siente el aleteo del colibrí a punto de atravesar la luz del tiempo y del lienzo.

Se ha consagrado a sumergirse a fondo, en sus detalles impredecibles  y ocultas, en la más grande pintura de la selva colombiana y de la múltiple vegetación del Caribe, y el resultado es el más puro e implacable perfeccionismo que lo ha convertido ya en uno de los cien mejores acuarelistas del mundo.

El nombre del artista César Bertel (Cartagena, 1957) figura  en el Watercolor of the world international de 2015-2016, entre esos cien elegidos, entre japoneses, chinos, filipinos, tailandeses, indonesios, africanos, malayos, indios, norteamericanos, italianos, turcos, iraquíes, mexicanos, peruanos, suizos,  españoles, entre otros.

Pero los más sofisticados acuarelistas están en Japón y China. Y el cartagenero logró batir el récord de hacer la más grande acuarela del mundo, Pachamama (2008), de 12 metros x 1.50 cms, pero siempre está desafiándose a sí mismo, reinventando y revolucionando el arte de la acuarela, con la cual los viajeros del mundo, los conquistadores y espías europeos nos dibujaron y retrataron para una tentativa de comprensión de la naturaleza humana del Nuevo Mundo.

Todo se narró y contó desde la acuarela,  los viajes por la selva y por el entramado de la nación, la esclavitud, las formas de vida y los caminos de los exploradores y los aventureros de la Expedición Botánica. Amanecimos en la Independencia a punta de acuarelas, retratando batallas, fusilamientos, héroes caídos y espíritus en alto y paisajes adánicos en donde la voz del hombre espantaba el sosiego de los pájaros.

He visto el nacimiento de este proceso pictórico y artístico de César Bertel, el más osado y encarnizado de cuantos haya visto en artistas en este país, y mi perplejidad no son solo las formas perfectas sino el vuelo en vilo del colibrí, nuestro pájaro sagrado entre los zenúes, anunciador de buenas noticias, sino la metamorfosis de las hojas y del bosque, entre la luz y la sombra, bajo el sol y la luna.

Y es que Bertel fue durante veinte años a la selva y sigue viajando a ella, con la misma devoción de la primera vez. La ha visto de día y de noche, y al dibujarla ha captado sus pliegues más secretos que la vista humana soslaya. Su obra revolució el tamaño  convencional de las acuarelas, el proceso de elaboración sobre papel y entelado en lienzo, con un final que parece óleo, y ha prescindido del enmarque con vidrio que niega la posibilidad de apreciar la verdadera luz de la obra.

He visto con cuidado los cien elegidos de este libro mundial, me sorprenden los japoneses con sus sutilezas de jardines sumergidos en fuentes en donde a veces la hoja sale y entra al agua, me impresionan los chinos con sus perfeccionismos de naturalezas y paisajes humanos, para citar dos percepciones, pero cuando llego a la obra del colombiano, una luz sobresale del libro dotando al conjunto de un ritmo vertiginoso e inaudito.

Muchos años de vigilia creadora hay en estas pinturas gigantescas que hoy se exhiben en Cartagena, junto con Pachamama, la más grande acuarela del mundo, y verlas es un privilegio de los sentidos. En total: 21 acuarelas que nos llevan por el camino impredecible de la luz sobre al bosque virgen y siempre amenazado por el hombre.

Nos llevan a la lección de inocencia más pura y sin presunciones: la de los colibríes diminutos, tiempo liviano que tiembla en una flor, tal vez, como lo diría un poeta, es el árbol que tiembla, es el cielo irizado que aletea. El tiempo en una rama. Un color derramado en el día. Bertel es ese color que se desliza para siempre en el tiempo.

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