“Mamá se iba a morir y tuvo que regalarnos”, me confiesa el poeta y narrador José Ramón Mercado (Ovejas, Sucre), uno de los escritores representativos del Caribe colombiano del país, cuya obra ha enriquecido la región y la nación. Esa sola confesión podría iniciar una de sus novelas o uno de sus cuentos magistrales.
José Ramón Mercado es el autor del libro de cuentos Perros de presa, que ganó el Primer Puesto en el Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Surcolombiana, Neiva, 1975, y Mención de Honor en el Premio Casa de las Américas, 1976. Es autor del libro de cuentos inéditos La casa del Conde, y de los poemarios La casa entre los árboles, El cielo que me tienes prometido y Poemas eróticos y una canción sosegada.
Invité a José Ramón a conversar sobre su vida y obra.
De su padre heredó “el carácter indisoluble para emprender los asuntos trascendentales. De su madre, la fabulación de los hechos cotidianos, y la ternura infinita que está al comienzo de todo predicamento en la vida”.
La infancia
Hubo muchos episodios de mi infancia que me conmovieron. Pero el más grande fue el de la maestrea, La niña Pacha. Francisca Fernández: en casa, había seis hermanos en su escuela, mamá no mandó ese día, a ellos, a clase. Ella, entonces, con el sol del mediodía, vino a la casa a averiguar la razón. Mi madre le dijo la verdad: papá no le había dejado lo de la pensión de cada uno. Es decir, 30 pesos en total. Después de discutir aquello que era «un pecado venial» mamá convino en mandarlos. Yo esperaba en un rincón de la casa, el final de aquella conversación. Cuando la maestra tomaba la calle, se le ocurrió preguntar que quién era yo. Mamá volvió a decirle la verdad, yo era el que cortaba la leña, el que traía los abastos, el que arriaba el agua, el que «tenía vocación sacerdotal». «No irás a dejarlo bruto», le recomendó ella. Y le propuso que me mandara a su escuela. Mamá le dijo otra verdad. «Si no hay para los seis, menos para los siete». La niña Pacha le dijo enseguida: « Mándamelo, él es la ñapa» Por supuesto, yo me eduqué de ñapa, y eso lo recuerdo siempre. Hay una placa de piedra en su memoria, que le hice poner en la casa en que vivió en Ovejas. Ella me salvó de la catástrofe.
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La madre poco antes de partir decidió dejar a sus hijos repartidos entre la familia y sus amigas. A José Ramón lo dejó donde una sobrina que vivía en Barranquilla. “Allí aprendí a tener recuerdos”, confiesa él, con una voz cercana a las lágrimas. “Quería escribir esos recuerdos construidos a mamá, a mis hermanos. Y así aprendí a escribir cartas con las letras de los periódicos. En el internado del Carmelo Percy, de Corozal, un profesor me rompió una carta que copiaba de uno de esos «libros de cartas modelos» y me obligó a pensar por mí solo. La preceptiva literaria me abrió los caminos de la escritura. Luego, la biblioteca del colegio fue mi auxilio, pues, allí nos castigaban por todo.”.
Primeras lecturas
Me deslumbraron los cuentos ilustrados. Después me volví un empresario de los «paquitos», cuando regresé de Barranquilla a Ovejas alquilaba en el corredor de la casa más de 200 ejemplares. Después fueron: Rubén Darío, García Lorca, la Generación del 27 de España. Los autores que aparecen en Panorama de la literatura, de Bayona Posada. William Shakespeare, Dostoievski, Chejov, Dikens, Göethe, Kemphis. Campoamor, Valle Inclán, Bécquer, Shiller, Henry Heine, Baudelaire. Los poetas negros norteamericanos y la poesía antillana. No fui selectivo, porque no hubo profesores que me indujeran. Me salvó la biblioteca del Liceo, que sí era muy completa. Al final me quedé con Juan Ramón Jiménez, Víctor Hugo, Dante, los griegos: Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Jenofonte y tantos otros.
El hilo de los poemas
El carácter de mis libros es la unidad. Lo primero que tengo que madurar es la temática. Después, encontrar el tono. Cuando logro esto, me voy con el poema, así como hacen los músicos. El lenguaje es un asunto que voy descubriendo con la puesta en escena década texto. En la concepción del texto puedo demorar un siglo. Corrijo y corrijo, restriego, pulo, leo en silencio, luego en voz alta, ante mí mismo. Por último, ante amigos críticos. Cuando el poema o texto me produce una exaltación espiritual, a cualquier hora del día, es cuando considero el logro definitivo. Las lecturas frecuentes me dan el ritmo y la musicalidad que debe existir en cada poema. El tiempo es imprescindible. Este me ayuda a madurar el poema. Nada me angustia ante el deseo de publicar. No puedo caer en la sola anécdota, ni en el lugar común, aunque crea en la anti poesía de Parra, de Bukowsky, Luis Carlos López, y Ezra Pound, en su momento. En fin, a mi poesía la integra la armonía y la intemporalidad.
El universo personal
Este asunto de la realidad, me sirve de modelo. La dura realidad que me sorprende, y siempre que me golpea con la dureza de una manopla en el rostro y la reflejo en mi obra literaria: el teatro, la poesía, el cuento y la música. El argumento me conduce a un clímax, y todo ello tendrá que convencerme. El fragmento que abre el relato, o el poema, debe tener cabeza de león, pero cada parlamento, cada verso, debe tener la suficiente belleza poética.
De Naranjal, del Caribe
Naranjal, Ovejas, Cartagena, Barranquilla, (zona tórrida), están presentes en mi obras. Lo otro son las atmósferas subjetivas u objetivas, que siempre se plantean como técnicas en la narrativa. A mí, por ahora, fuera del Caribe, me ahogo, me pierdo, no existo. El Caribe es todo el universo que conozco. Naranjal-Ovejas, es mi territorio íntimo en el proceso creativo.
Epílogo
José Ramón Mercado acaba de regresar de Grecia, en donde hizo una peregrinaje emocional y vivencial, y trajo como un recuerdo tangible, un fragmento de mármol y la flor de la «cicuta» que sirvió para la bebida que tomó Sócrates, en la cárcel, para liberar a Grecia de las injusticias humanas. Sentado a la sombra del Partenón evocó como un niño la luz de su patio en Naranjal.
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