Cultural


Fidel Castro, la otra crónica de Colombia

GUSTAVO TATIS GUERRA

27 de noviembre de 2016 12:00 AM

El muchacho fornido que lleva una chaqueta de cuero y un cigarrillo encendido entre sus dedos, en aquel 9 de abril de 1948 de Bogotá, es Fidel Castro Ruz. Tiene 21 años y en la foto aparece acompañado por el cubano Enrique Ovares y un delegado al Congreso Estudiantil por México. Es tal vez, la primera imagen que vincula a Fidel Castro (1926-2016), con el país, en estos sesenta y ocho años.

El joven estudiante de Derecho vino al Congreso Panamericano, se hospedó en el Hotel Granada, y conoció a Jorge Eliécer Gaitán, a quien le solicitó una cita a la 1:45 de la tarde, para conversar y almorzar en un restaurante cercano a la Avenida Séptima. Camino a la cita, ocurrió el magnicidio de Gaitán. En su agenda quedó registrada la cita.  Toda la noche del 9 de abril y la madrugada siguiente, Fidel patrulló a Bogotá desde el Cerro de Monserrate, con un chaleco de policía y un fusil con catorce balas. Esa experiencia fue el embrión de la toma del Cuartel Moncada en 1953.

Años después en la misma Habana, lo contó  con detalles, al escritor Arturo Alape, para su libro El Bogotazo: Memorias del olvido (1984), y más tarde en Cartagena  lo narró en dos oportunidades en 1993, y 1994, de paso por la IV Cumbre Iberoamericana y en la XI Cumbre de Países No Alineados.  En diálogo informal con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y el historiador Moisés Álvarez Marín. También lo contó en un encuentro con empresarios, invitado por el Club de Profesionales de Cartagena, en el que estampó su firma que aún se conserva.  Confesó que la primera vez que vino a Cartagena,  fue de emergencia después de la muerte de Gaitán, en un avión de carga que transportaba toros de lidia para Cuba. El avión aterrizó en Cartagena para reabastecerse de combustible, pero él sólo vio la ciudad desde la ventanilla del avión.  La segunda vez se despojó de su uniforme oliva y lució una guayabera azul. Su conversación mantuvo hipnotizados a los ausentes durante más de una hora y media en el que Fidel preguntó a los asistentes a qué se dedicaban y qué empresas tenían, y a todos los confrontaba con preguntas  de una implacable precisión técnica. Su mirada atravesó a todos los asistentes. El único colado era yo.

Hace ocho años, luego de cuatrocientas horas, Fidel Castro se sentó a escribir memorias dispersas de su relación política de más de medio siglo con Colombia, y allí surgió el libro “La paz en Colombia”, publicado por la Editora Política de La Habana. Culminado el 16 de septiembre de 2008 a las 3 y 15 de la madrugada, es tal vez el documento más completo sobre sus vínculos con la política y el movimiento guerrillero colombiano.

“Cuando asesinaron al prestigioso líder popular Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, Pedro Antonio Marín, campesino pobre que después adoptó el nombre de Manuel Marulanda en honor a un colombiano que murió en la guerra de Corea, se incorporó al movimiento guerrillero liberal. Solo tenía 18 años”.

Las realidades políticas de Colombia y Cuba, cada uno por caminos distintos y experiencias particulares, “compartíamos en común, la ausencia de una ideología revolucionaria -ya que nadie nace con ella- y de un programa para llevar a la realidad más tarde la construcción del socialismo”. Las circunstancias  de cada  país eran únicas. Castro incluye en este documento varias conversaciones y encuentros con guerrilleros del M-19,  las Farc y Eln.  Discrepó con Marulanda “por el ritmo que asignaba al proceso revolucionario de Colombia, su idea de guerra excesivamente prolongada”. Descreía que un ejército de más de 30 mil hombres “desde mi punto de vista, no era correcta ni financiable para el propósito de derrotar a las fuerzas adversarias de tierra en una guerra irregular”. Se opuso  al secuestro, captura y retención de civiles ajenos a la guerra, y en Cartagena en 1993,  dijo públicamente que “no tengo mensajes especiales para la guerrilla. Lo único que puedo decirles es eso: que eviten derramar más sangre y busquen una paz negociada”.

Era insólito escuchar eso en los labios del más veterano líder de América Latina, que conquistó el poder de Cuba en 1959, por el camino de las armas. El hombre que a 90 millas de Estados Unidos, jamás permitió  la intromisión militar ni política  en sus asuntos internos, pese a tener ya una base una militar norteamericana en su propio territorio.   Creyó hasta el día de su muerte que el pensador más grande que iluminó la conciencia y la dignidad de Cuba, era José Martí, que en los días de tormenta devuelve y reafirma la convicción de la dignidad por encima de toda la pobreza y miseria de los seres humanos. Fidel se sentía heredero de su espíritu, como de la vocación de libertad insaciable del general Bolívar. Con luces y sombras,  nadie podrá ignorar la figura guerrera y controversial de Fidel Castro en la historia de América Latina y del mundo. Con él se cierra y abre un nuevo capítulo en la vida política de Cuba y América.

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