Cultural


Gabo, el regreso eterno a Cartagena

“Esta no es una ceremonia fúnebre, es un homenaje a la vida”, dijo Juan Gossaín al pronunciar sus palabras ante las cenizas de Gabriel García Márquez. En un ceremonia sobria y protocolaria, los hijos del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez: Rodrigo y Gonzalo develaron el busto de bronce de un Gabo sereno, meditabundo y otoñal, realizado por la artista británica Katie Murray. Las cenizas del escritor ya estaban incorporadas en el monumento antes de la apertura. El periodista y escritor Juan Gossaín,  elegido por Mercedes Barcha para pronunciar las palabras, recordó su amistad de medio siglo con el auitor de Cien años de soledad, en el estreno del filme Tiempo de morir, en el Festival de Cine de Cartagena en 1966. Gossaín contó que nunca había escrito algo que le escuchó decir al mismo García Márquez, y era su deseo de morir y ser enterrado en Cartagena. Contó que los amigos verdaderos no desaparecen y mucho menos García Márquez que es inmortal.

Poco antes de pronunciar sus palabras, le comenté que las paradojas siempre acompañarán la vida de García Márquez más allá de la muerte. El Claustro de la Merced, que fue convento colonial, cuartel de Pablo Morillo cuando vino a reconquistar la ciudad para el poder español en aquel agosto de 1815, se encerró en ese claustro y allí planeó su mapa de exterminio de la ciudad y de los líderes de la insurgencia. Le dije a Gossaín: El retorno de Gabo es reconquista de vida y no de muerte. Allí en ese claustro que es sede de postgrado de la Universidad de Cartagena, comienza una nueva estación del peregrinaje cultural del mundo. Más allá del símbolo amoroso de sus cenizas integradas al claustro y a la vida misteriosa de sus personajes de ficción y al aura de las murallas y de la historia del corazón amurallado de Cartagena, el monumento pasa de la elegía a la celebración de la vida, pero es un proceso que empieza y la Universidad de Cartagena lo hizo público a través de su rector Edgar Parra: la agenda académica y cultural apenas va a empezar.  En la ceremonia intervino la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Cartagena, con una interpretación de Pequeña suite, del gran músico sinceano Adolfo Mejía, estrenada en 1936. Músico amigo de García Márquez y coterráneo de su padre Gabriel Eligio García Martínez. El cierre sinfónico fue también con Mejía y la obra musical El tropelín, himno de la Universidad de Cartagena. La nota cálida   y humana de la ceremonia lo constituyó el juglar de las sabanas Adolfo Pacheco y el acordeón de Julio Rojas, al cantar El mochuelo y Mercedes. Gabo le dijo a Pacheco que “Mercedes es el himno nacional de mi casa”.

Fue conmovedor escuchar en la voz del nieto Mateo García, un fragmento de Vivir para contarla, descifrando los mundos callejeros y populares de Cartagena. La escena captada por el fotógrafo Julio Castaño nos entregó el alma adolorida de Margot, casi al borde de las lágrimas ante el busto de su hermano, y la cabeza ladeada de Gonzalo García Barcha consolando a su tía.

El final fue una lluvia de mariposas amarillas de papel que estallaron desde el segundo piso, recordando que Gabo seguirá vivo en sus libros, en sus prodigiosas novelas y cuentos y en su vida novelesca que él mismo narró en Vivir para contarla. La Universidad de Cartagena inicia el desafío de preservar la memoria y el espíritu del más grande escritor de Colombia. Como si jamás se hubiera ido. Como si siempre estuviera de vuelta.

gustavotatis@gmail.com

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