Cultural


Gabriel Meza, la luz secreta del paraíso

GUSTAVO TATIS GUERRA

28 de julio de 2016 12:00 AM

Un destello de luz recorre las pinturas de Gabriel Meza (Cartagena, 1969), cuyo enorme lienzo “La luz secreta del paraíso”, un acrílico de amarillos y naranjas, con azules y blancos, y rojos que irrumpen sobre los silencios en contraste, revelan su vigorosa manera de resolver los ambientes naturales y los impulsos creativos. Su obra se exhibe en la Galería Santo Domingo, en el corazón de la ciudad, en pequeños, medianos y gran formato.

La primera referencia nos remite a Obregón, pero hay vibraciones y manchas propias del artista, quien tiene más de dos décadas de producción artística sin tregua, y un largo camino de figuraciones en la que había siluetas de su ciudad natal: la Torre del Reloj, las cúpulas de las catedrales, los resplandores marinos, y las plazas palpitantes donde hace más de trescientos fue ahorcado y descuartizado el senegalés Benkos Biohó, que sembró  la semilla colectiva de los palenques, y donde hoy, bailotean los descendientes de Benkos en el bazar abrumador del turismo mundial, que encontró en Cartagena, el imán para descubrir y vivir milagros.

Uno de esos milagros es el artista Gabriel Meza, con una humildad congénita que ante su propio prodigio responde con silencios, y solo señala con el dedo el mundo maravilloso que acaba de pintar. Es egresado de la Escuela de Bellas Artes de Cartagena. Ha realizado una veintena de exposiciones entre individuales y colectivas. Sus maestros iluminadores son el mismo Obregón, pero también Vang Gog y Monet. Gabriel pinta sobre enormes lienzos, sus brazos y sus ansias no le permiten las miniaturas, sino los horizontes abiertos a la inmensidad. A veces elije lo inesperado: el negro que desafía sus rojos y sus naranjas, y encamina aquellos peligros de luz en medio de la selva que lo lleva a encontrar un mar sereno y resplandeciente.

Gabriel es el más tímido de los artistas que he conocido. Trabaja sin prisa, entre Bogotá y Cartagena. Una vez escuché elogios de su obra, mientras los espectadores lo buscaban en el recinto de la galería. Nadie podía creer que aquel ser silencioso que se negaba a identificarse era el responsable de aquella felicidad de colores y formas desmesuradas.

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