Fernando Denis
Especial para El Universal
Viene un ciervo de piedra a beber en la fuente,
huele su piel a azufre, a aire marino, a yedra.
Se yergue suntuoso como un rosal, es ciego,
y suenan sus pezuñas de plata en cada loza.
Mil veces lo han herido de muerte por los bosques
y otras tantas lo han visto desde las celosías
inclinar en la fuente su cabeza sonámbula.
Antonio Colinas
La poesía es el sueño verbal de la especie, el sueño de la arcilla en las manos del tiempo, es el río de Heráclito donde arrojo mis barcos de papel hace siglos, es el sueño de una palabra escondida debajo de la piedra, debajo de la piel, debajo de la vida.
Las palabras son criaturas luminosas, duendes, chaneques, nahuales, son las monedas de oro en boca de los dioses de la tribu, es la forma de la luz subiendo por el papel hacia el Gólgota, ardiendo en las orillas hasta lograr el verdadero incendio del mundo, es la mente sonrojada, atónita, encendida de los astros, mientras los caballos de piedra se beben el Éufrates en una línea de San Juan de la Cruz. En la palabra siguiente anochece. Yo sigo merodeando por los bosques de piedra en una dramática búsqueda de la metáfora infinita.
Con rasquetas, pinceles, escobillas, con lupa, cuadernos, lápices, rodilleras, como un arqueólogo, yo escruto en la piedra, en la intensidad de su granito que un día se hará polvo, busco su palabra, la fosforescente civilización de un lenguaje en sus venas. Sé que la poesía está escondida, minuciosamente resguardada con sus signos, con sus temores, con sus brillos, y también sé que si le toco saldrá a recibirme.
Las palabras tienen un poder irrefutable, reclaman a su lado cualquier cosa, y de manera espontánea oscurecen o hacen fosforecer el universo. Son palabras las que han inventado todo, los sueños, las ciudades, los imperios.
Gracias a estas palabras he venido hasta aquí, he podido crear una educación sentimental con las emociones, con los sueños, con el peregrino instinto de escribir el gran poema, con el tiempo implacable que m habita, con el asombro, con el mito, con la liebre de marzo. La poesía es el reino que todos los días se conquista, es la verdadera morada del hombre, es su alma escriturada en el verbo, es la esencia, el resplandor de los elementos midiendo el poderío de la luz, su mágica iluminación. La poesía me acecha, siempre está a punto de decirme de toda la belleza del mundo.
La poesía es una imagen para el recuerdo, para que la carcoman siglos y palabras, para que resuenen sus cascos de bronce en los templos, en la casa de Dios. Yo desciendo a la piedra, esculpo en el mármol de los días su verbo, calco melodías en mi mano temblorosa con sus sonoras latitudes, busco la primera imagen de la lluvia, le hablo a sus témpanos, conjuro las miríadas de pájaros que vuelan en sus pupilas bajo el cielo de la Ilíada.
Estoy hechizado por la metáfora de la piedra, con su incandescencia esculpiendo el sueño más transparente, la morada de una escultura primigenia con el rostro de todos.
Leo las inscripciones a la entrada del pórtico, a la entrada del libro que no se ha escrito: Por aquí se va al bosque de los molinos de la mente, por aquí al sueño de Ofelia, por aquí las hogueras, las lámparas de aceite, las linternas, por este sendero a la primera metáfora y a la última, en el desvío llegas al libro encontrado en un sueño de don Alonso Quijano, por esta orilla entre verdeantes pinos y crepúsculos de William Turner, se entra a un mágico texto sobre la paz, a aquel poema que nunca olvidaremos de Nazim Hikmet,
CARTA A VALA NUREDDIN
Hermano mío,
envíame libros con finales felices,
que el avión pueda aterrizar sin novedad,
el médico salga sonriente del quirófano,
se abran los ojos del niño ciego,
se salve el muchacho al que van a fusilar,
vuelvan las criaturas a encontrarse las unas con las otras,
y se den fiestas, se celebren bodas.
¡Que la sed encuentre al agua,
el pan a la libertad!
Hermano mío,
envíame libros con finales felices,
esos han de ser escritos un día
al fin y al cabo.
Toda soledad tiene un nombre. Por eso mismo pienso en el sueño de cada una de las sílabas, en la danza de sus noches, en el viaje hacia la respiración femenina, siento sus relámpagos, calco de nuevo sus emociones en mi piel.
Recojo sonoridades, ecos en mi mano, el resonar de sus herrajes en la loza, en el mosaico de los imperios. Abro el cuaderno de los inviernos, abro la verja, entro al país anónimo de los sentidos, escribo la luz poderosa de un lenguaje que me visita -aunque sea yo el huésped-, y me dejo impresionar por la simetría de un amor que viene cargado de maravillas.
Aunque a veces llueve, o cae la nieve, muchas cosas se oscurecen, y el amor, el sexo, la comunión entre los seres que se aman se convierte en algo terrible. A eso llaman desamor, y el desamor no es más que una ironía del destino. Un juego atroz. Por eso merodeo en los mercados de aves buscando sílabas, verbos, tesoros. Pregunto en los bazares, encargo asombros antiguos para las noches de insomnio, las más largas…
Mientras vigilo la luna roja de los acantilados de mármol, mientras vigilo desde las murallas la noche inmensa del animal amarillo, el poema corrige mi soledad, la paz de sus estrofas me libera, y sus latinas memorias, sus griegas maneras de acercarse a mi oído intimida el caos de mi mente, me salva de las angustias, de las pesadillas, de mis defectos, incluso me salva del amor.
Soy viejo y soy arcilla, estoy moldeado para permanecer en esta página. Soy hijo del equilibrio de esta prosa que me baña, que es fuego y es árbol, minuciosamente soy el idioma que me embriaga. Y en la palabra siguiente, amanece.
* El poeta Fernando Denis presentó en Cartagena la colección Zenócrate de poesía, dentro de Sílaba de Agua, Fiesta del arte y la palabra, que se realizó del 8 al 10 de diciembre de 2017, con la presencia de 23 poetas de distintas ciudades del país. Además ofreció un recital de sus poemas en la noche del sábado y en la mañana del domingo, en un acto sublime y conmovedor donde los asistentes se pusieron de pie para abrazarlo y agradecerle.
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