Como en una imagen repetida en un espejo, el corazón amurallado de Cartagena de Indias se llenó de Gabos. Al celebrar sus veinte años de creación, la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano ideó un performance que hizo el mismo recorrido que hacía el joven Gabriel García Márquez cuando vino por primera vez a Cartagena y empezó a trabajar en el diario El Universal desde el 20 de mayo de 1948. (Vea aquí: Celebración de los 20 años de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano)
Su primera nota de cuarenta y tres y otras que no firmó apareció en la página cuarta con el nombre de Punto y Aparte. García Márquez había publicado tres cuentos en el diario El Espectador en el suplemento Sábado, que dirigía Eduardo Zalamea Borda, que se firmaba Ulises, no por el héroe de Homero sino por el protagonista de Joyce. Esos cuentos extraños y fantásticos estaban bajo el influjo de Kafka, luego de leerlo en la pensión de estudiante universitario en la calle Florián.
La tercera resignación, Eva está dentro de su gato y Tubal Caín forja una estrella. Luego del segundo cuento, Zalamea Borda dijo que había nacido un gran escritor en el país. Zalamea era amigo de Clemente Manuel Zabala, el Jefe de Redacción de El Universal, que a su vez, era amigo personal y de aventuras periodísticas de Gaitán, y a su vez, era amigo de Ramón Vinyes, El Sabio Catalán y de ese núcleo humano que Próspero Morales Pradilla llamó El Grupo de Barranquilla.
García Márquez había sido alumno de dibujo del poeta y novelista Héctor Rojas Herazo cuando estaba en el Colegio San José de Barranquilla. La persona que trae a El Universal a García Márquez es el escritor Manuel Zapata Olivella, quien en 1947 había publicado su primera novela Tierra Mojada, prologada por Ciro Alegría. Rojas Herazo, a su vez, había sido alumno de Antonio María Zapata, padre de Manuel Zapata, quien le enseña a Gabo una semblanza del Coronel Buendía escrito por su padre. Esta madeja empezó aquel 21 de mayo de 1948 y continúa hoy 18 de marzo de 2015.
Una travesía alucinante
La travesía del atardecer del miércoles por las calles del Centro de Cartagena fue alucinante. Muchachos que llevaban el rostro multiplicado del Gabo del 48 salieron de la sede de la fundación creada por el escritor en 1995, en la misma calle donde empezó a escribir su primera columna hace 67 años: la Calle San Juan de Dios.
Siguieron por la Calle de Ricaurte, Calle Santa Teresa, y Calle de la Inquisición. Luego, la Plaza de Bolívar, la Calle de la Catedral y la Calle de Santo Domingo. Más tarde, el Centro de Formación de la Cooperación Española, Calle de la Mantilla, Calle de La Estrella y Calle de La Soledad. Y la Plaza de los Estudiantes. Y la entrada a la Universidad de Cartagena, en donde García Márquez se matriculó en Derecho pero abandonó sus estudios porque estaba poseído por el periodismo y la literatura.
La primera columna de Gabo
El muchacho que escribe la primera columna en El Universal tiene 21 años y se ha leído ya todo el Siglo de Oro Español, está deslumbrado por Kafka, Joyce, Faulkner y Virginia Woolf. Su descubridor como cuentista fue Eduardo Zalamea y su descubridor como periodista fue Clemente Manuel Zabala y su descubridor como poeta estudiantil fue Eduardo Carranza. Es entre Cartagena y Barranquilla donde Gabo toma distancia del piedracelismo y conoce la poesía del Tuerto López, la de su amigo Héctor Rojas Herazo y la del norteamericano Edgar Lee Master. Descubran el tono de esa primera columna sobre el aire tenso de Cartagena bajo el toque de queda.
Una columna que tenía más de prosa poética que de crónica:
“Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda. El reloj de la Boca del Puente, empinado otra vez sobre la ciudad, con su limpia, con su blanqueada convalecencia, había perdido su categoría de cosa familiar, su irremplazable sitio de animal doméstico”.
No solo sabía adjetivar sino recrear el ambiente de la Cartagena de ese año 48:
“En las últimas noches ya no iban nuestras miradas a preguntarle por el regreso enamorado de aquella voz que nos quedó sonando en el oído como un pájaro eterno; o por el rincón temporal donde cortamos el hilo tenso de la aventura, sino que tratábamos de impedir, de detener con un gesto último y desesperado aquella marcha lenta, angustiosa, que iba precipitando las horas contra una frontera conocida que era, a su vez, la orilla tremenda donde se doblaba nuestra libertad”.
El silencio es descrito con la precisión de un sentimiento:
“Caía entonces sobre la ciudad amurallada un silencio grande, pesado, inexpresivo. Un largo silencio duro, concreto, que se iba metiendo en cada vértebra, en cada hueso del organismo humano, consumiendo sus células vitales, socavando su levantada anatomía. Hubiera sido aquel buen silencio elemental de las cosas menores, descomplicado; ese silencio natural y espontáneo, cargado de secretos que se pasea por los balcones anónimos. Pero éste era diferente. Parecido en algo a ese silencio hondo, imperturbable, que antecede a las grandes catástrofes”.
La madrugada es descrita por Gabo como un tiempo distinto , como una emanación intemporal:
“Seis horas construidas con una arquitectura distinta, talladas en la misma substancia de los cuentos. Se nos hablaba del caliente vaho de los geranios, encendidos bajo un balcón por donde se trepaba el amor hasta el sueño de los muchachos. Nos dijeron que antes, cuando la madrugada era verdad, se escuchaba en el patio el rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas”.
Ese fue el genio que pasó entre nosotros.
Gabriel García Márquez
Punto y Aparte
Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda. El reloj de la Boca del Puente, empinado otra vez sobre la ciudad, con su limpia, con su blanqueada convalecencia, había perdido su categoría de cosa familiar, su irremplazable sitio de animal doméstico.
En las últimas noches ya no iban nuestras miradas a preguntarle por el regreso enamorado de aquella voz que nos quedó sonando en el oído como un pájaro eterno; o por el rincón temporal donde cortamos el hilo tenso de la aventura, sino que tratábamos de impedir, de detener con un gesto último y desesperado aquella marcha lenta, angustiosa, que iba precipitando las horas contra una frontera conocida que era, a su vez, la orilla tremenda donde se doblaba nuestra libertad.
La madrugada -en su sentido poético- es una hora casi legendaria para nuestra generación. Habíamos oído hablar a nuestras abuelas que nos decían no sé qué cosas fantásticas de aquel olvidado pedazo del tiempo. Seis horas construidas con una arquitectura distinta, talladas en la misma substancia de los cuentos. Se nos hablaba del caliente vaho de los geranios, encendidos bajo un balcón por donde se trepaba el amor hasta el sueño de los muchachos. Nos dijeron que antes, cuando la madrugada era verdad, se escuchaba en el patio el rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas. Y el grillo, el grillo exacto, invariable, que desafinaba sus violines para que cupiera en su aire la rosa musical de la serenata.
Nada de esto encontramos en el desolado patrimonio de nuestros mayores. Nuestro tiempo lo recibimos desprovisto de esos elementos que hacían de la vida una jornada poética. Se nos entregó un mundo mecánico, artificial, en el que la técnica inaugura una nueva política de la vida. El toque de queda es -en este orden de cosas- el símbolo de una decadencia. Hay una gran distancia histórica entre esta clarinada prohibida y la voz amable del sereno colonial. Este de ahora es hermano del que oyeron los ingleses después del primer bombardeo a Londres. Igual al de Varsovia.
El mismo que levantó su trinchera de terror ante los ojos asombrados de los niños alemanes que cambiaron sus trompos por ametralladoras. Con igual angustia lo oyeron todos los oídos de Europa; con esta misma sensación desconcertante de que algo se está derrumbando a nuestras espaldas. Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?
Desde ayer, afortunadamente, no oímos el toque de queda. Ha sido suspendido precisamente cuando se había incorporado a las costumbres de la ciudad. Muchos sentían nostalgia por esa destemplada y obligante serenata. Otros volverán -¿volveremos?- a las visitas, recuperaremos nuestra agradable disciplina para esperar la madrugada olorosa a bosque, a tierra humedecida, que vendrá como una nueva Bella-Durmiente deportiva y moderna. 0 tal vez, seguros de que ya nada nos impedirá trasnochar, nos iremos a dormir mansamente -extraños animales contradictorios-antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche.
21 de Mayo de 1948, Página 4, Diario El Universal de Cartagena.
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