Cultural


Los libros se instalan en la cotidianidad de San Diego

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

29 de enero de 2016 12:00 AM

Al paisaje acostumbrado de artesanos, estudiantes, y vendedores de recuerdos, se sumaron los libros, cientos de libros, de carátulas vistosas, de manos inciertas que ligeramente los abrían y volteaban.

El parque de San Diego, lugar habitual de los universitarios de Bellas Artes —bohemios sin remedio—, fue matizado durante toda la tarde por la feria de libros ‘Me gusta leer’, un espacio que posibilitó la presencia de los escritores Juan Gabriel Vásquez y Daniel Samper Pizano.

Hacía el final de la tarde el lugar se transformó ante los ojos de todos. Ya no se sentía el sopor de 33 grados centígrados. La brisa aumentó. Sombreros, separadores de libros, faldas, todos al vuelo del viento. El olor a fritos, a arepa’e huevo colmó una de las esquinas de la plaza. Llegaron los músicos. Una canción de Eagles empezó a ser arpegiada. Como si se tratase de un conjuro, los visitantes que pernoctan en nuestra ciudad comenzaron a tomar las mesas de los negocios del parque. “Sírvame una sangría, por favor”. Con pasos lentos se desplazaban los turistas del país. Europeos cansados, gringas rubísimas, relajados costeños casi acostados sobre las bancas, todos, mezclados en torno a la sola idea de mirar caras y cómo se consumía la tarde que podía ser como cualquiera en la larga historia de Cartagena, y sin embargo era la que daba inicio al Hay Festival 2016. “Ah mira, allí venden sushi”.

Al tiempo, los raizales, sandieganos y getsemanisenses, hacían bromas sobre la cerveza que aquellos viajeros pagaban a 10 mil pesos.

—Es una locura. Ellos las pagan a diez ‘barras’ en esos lugares y aquí mismo en la tienda la consigues a $2.500, y una cuadra más abajo a $2.000—ha dicho Rafael Bossio, risa mediana, la burla hasta en los ojos. Acomodaba sus lentes para mirar mejor la escena.

Una mujer del Huila decidió interrumpir la charla que tenía el periodista y escritor Daniel Samper Pizano con uno de sus amigos. Mientras Samper apuraba un cubalibre bien cargado, tomó el libro que la mujer le tendía con esmero. Empezó a remedar el acento opita de la mujer. Ambos reían. Pizano había puesto su sombrero sobre la mesa, al lado del vaso.

—Este es mi hijo, también le gusta mucho leer—dijo la señora, tan encantada de conocer así, en mitad de una calle caribeña al escritor que promociona su libro Breve historia de este puto mundo.

—¡Ah pero qué bien! Y también él nació en el Huilammmmm—comentó Pizano imitando el acento—. ¡Uy, pero qué perezaaaa!.

Hasta las nueve de la noche estuvo abierta al público la feria de libros, que entre otras cosas fue una estrategia para ampliar la oferta editorial, ideada por El Universal, Penguin Random House y la Librería Nacional.

Lo lograron. Crearon un ambiente distendido. Miradas que buscaban el mejor libro, el mejor precio.

—Hemos vendido mucho, nos ha ido bien, ha venido todo el mundo, mira alrededor—me comentó una chica morena de ojos perturbadoramente bellos, cafés, particularmente salvajes.

En la Plaza de San Diego habitan, al menos hasta hoy, los más importantes títulos del festival.Estarán los protagonistas de las letras. Diana Uribe, William Ospina, Carolina Andújar, entre otros. Las firmas de libros son sólo un pretexto para instalarse en la cotidianidad cartagenera, en esta ciudad que parece ser el sitio inmejorable para sentarse y leer, leer, y leer algo más mientras se espera que se cumplan los horarios de la programación del evento anual de literatura de Cartagena de Indias.

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