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Los cazadores de las prostitutas perdidas

GERMÁN MENDOZA DIAGO

06 de mayo de 2012 12:01 AM

A las 8:45 de la mañana del viernes 13 de abril, la periodista Julia Pace, quien cubre la Casa Blanca para la agencia Associated Press (AP), escribió en su cuenta de Twitter que el grupo de periodistas invitados por el presidente Obama para acompañarlo en su visita a Cartagena ya estaba a bordo, y a las 4:40 de la tarde del mismo día volvió a escribir para anunciar que Obama había llegado a Cartagena.
El sábado 14 a las 6:45 de la mañana, cuando ya numerosos medios habían publicado un despacho de AP firmado por ella desde Cartagena, en el que se revelaba que 12 agentes de la seguridad de Obama habían sido suspendidos y enviados de vuelta a Estados Unidos por conducta impropia, Julia Pace solo publicaba en Twitter una foto de la bahía tomada con BlackBerry, sin referirse para nada a la noticia que se volvería un escándalo.
El 15 de abril en la mañana, escribió por primera vez sobre el asunto de los agentes, retwiteando un despacho de AP donde un representante republicano dudaba que la conducta impropia de los los agentes en Cartagena hubiera sido sólo en una ocasión.
Ese mismo día a las 5:07 de la tarde reprodujo su despacho en AP, citando las declaraciones de Obama en las que decía que esperaba una investigación rigurosa sobre el comportamiento de  los agentes.
Aunque fue la periodista que reveló el escándalo de los agentes, Julie Pace no volvió a referirse al tema en su cuenta de Twitter hasta el 20 de abril, cuando reprodujo otra nota de AP sobre el despido de tres agentes involucrados; y el 24 de abril para anunciar el despido de tres agentes más.
A diferencia de ella, decenas de reporteros de varios medios estadounidenses se dedicaron durante dos semanas, no solo a escarbar todo lo relacionado con la conducta impropia de los agentes secretos en Cartagena y a identificar a la mujer que con su reclamo por el pago hizo que se conociera el hecho, sino a mostrar un patético retrato de Cartagena como ciudad sumergida en la prostitución.
William Booth, periodista de The Washington Post, decidió meterse en la vida nocturna de Cartagena en busca de prostitutas.
¡Y las encontró!
Caminando por algunas calles del Centro Histórico donde hay bares, Booth descubrió a las que describe como muchachas jóvenes vestidas con jeans y zapatos bajos, que salen de un taxi, corren a la esquina, se cambian de ropa y aparecen transformadas con diminutos vestidos negros y tacones altos, listas para rumbear.
Según cuenta en un artículo publicado el 22 de abril, “en cuestión de minutos, están acariciando las manchas en la piel de algún español de edad avanzada o convenciendo a un alemán ansioso. Las parejas se van a pasar unas horas bebiendo y bailando, antes de dirigirse a los hoteles”.
A Booth le parece asombroso que los colombianos se hayan divertido con el escándalo en lugar de preocuparse, pero una de sus fuentes para el artículo le da una explicación:
“Es normal, ¿no? Estas son nuestras reinas de belleza”, dijo Elgoyo (SIC) Payares, propietario de La Bodeguita del Medio, un restaurante-bar de estilo cubano en la ciudad vieja. “Y un hombre, aunque sea un agente secreto, no deja sus partes íntimas en casa cuando viaja”.
El periodista de The Washington Post también estuvo en el bar de Getsemaní donde la secretaria de Estado Hillary Clinton se divirtió una noche durante la Cumbre. Allí conoció a una turista bogotana que se lamentaba de que los medios estadounidenses se enfocaran en las prostitutas, aunque Cartagena tenía muchos atractivos distintos.
Tras contar esto, Booth introduce un párrafo infame en su artículo, que borra de un tirón la legítima queja de la bogotana: “Fuera del Café Havana, prostitutas callejeras revoloteaban alrededor de los turistas, diciéndoles ‘¡Hola, papi!’ Y convidándolos a tomar un trago”.
Por la manera como tejió su historia, Booth vino a Cartagena con la imagen preestablecida de una ciudad pecaminosa, que, como lo dice en el artículo, “nada en prostitutas”.
Su tocayo William Neuman, corresponsal de The New York Times para la Región Andina (Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Surinam y Guyana), había venido a cubrir la Cumbre de las Américas, pero se quedó 10 días más para buscar toda la información posible sobre el escándalo.
A diferencia de Booth, Neuman realizó un recorrido más amplio y no sólo por los bares y sectores donde pueden encontrarse prostitutas, sino por otros rincones de la ciudad.
El periodista de The New York Times, estuvo en El Universal el lunes siguiente a la Cumbre, preguntando si aquí teníamos datos del sitio donde los agentes conocieron a las mujeres y si podíamos contactarlo con alguien que quisiera hablar.
El domingo 15 de abril, un reportero de El Universal había intentado conseguir información en el club nocturno que se mencionaba como sitio del escándalo, pero nadie quiso hablar e incluso uno de los que atendía negó que allí hubieran estado clientes extranjeros la noche del miércoles 11.
También buscó a los policías de turno en el CAI frente al Hotel Caribe al amanecer del jueves, pero no le dieron siquiera sus nombres, y un alto oficial le dijo a este periódico que en el CAI no existía reporte escrito de algún incidente.
Lo que nunca pasó por nuestra mente fue la posibilidad de pagarle a quienes presumíamos que sabían algo, para que nos lo contaran.
Neuman indagó con tanto ahínco, que por fin encontró a la mujer que dio origen al escándalo, cuyas fotos de Facebook fueron publicadas más tarde por el New York Post y que el viernes pasado habló por unas horas con La W Radio y Caracol Noticias.
El 18 de abril, The New York Times publicó su artículo, donde la que ahora sabemos que se llama Dania Londoño Suárez, contó por primera vez lo que se ha contado ya innumerables veces.
Nunca quise preguntarle a Willy Neuman si le había pagado a la mujer o al abogado que le sirvió de intermediario, pero a juzgar por lo que Dania dijo a La W, es presumible que así haya sido.
Estaba comentando esto con un colega, y una mujer que nos escuchaba hablar, comentó:
—Esta mujer es doblemente prostituta, cobra por acostarse con un hombre y cobra también por hablar.

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