Fútbol


El hombre de 'El Abrazo del Alma'

COLPRENSA

30 de marzo de 2014 04:03 PM

Hay cosas simples que ese hombre no puede hacer: amarrarse los zapatos, por ejemplo. O cepillarse los dientes. O enrollar un bocado de espaguetti en el tenedor. Cada que lo necesita, Víctor Dell Aquila tampoco puede ajustarse el cinturón ni afeitarse en las mañanas ni cortarse las uñas de los pies. Y si se antoja, tampoco puede fritar un huevo en un sartén. Hay otras muy complicadas en cambio, cosas imposibles para algunos, pero naturales para él. Cosas para las que quizás haya nacido. Cosas que muchos no entienden, asuntos dificilísimos para los que creen que la felicidad depende de las posesiones y de lo que haya en el bolsillo. Cosas como abrazar, por ejemplo. Víctor no tiene brazos, pero es especialista en abrazar. Y sus abrazos son perfectos. 

Porque para quienes lo hayan olvidado, quienes no lo sepan, para los que quieran recordar, la justicia de un abrazo no está en el apretón del gesto ni en las palmadas en la espalda. Los abrazos dependen de otra cosa que no alcanza a verse ni a explicarse con palabras. Porque cuando son de verdad, cuando nacen en la verdad, los abrazos no se sienten en el cuerpo; no se entienden en el pecho ni en las costillas ni en el roce de las manos con la nuca. Los abrazos, cuando son reales, se sienten en el alma, nacen para vivir en el alma. El 25 de junio de 1978, en la final del Mundial que se jugó en Argentina, un hombre tuvo la fortuna de ver eso y tomarle una foto. 

En medio de la algarabía, los gritos de Argentina campeón, el festejo del 3-1 sobre Holanda, los gritos que también gritaban de felicidad cuando la felicidad era cosa extraña en medio de la dictadura que oprimía al país, ese hombre, el fotógrafo, alcanzó a escuchar las cosas que sin hablar a veces alcanzan a decirse con un abrazo: gracias, te amo, gracias por existir, no te conozco, pero te amo. Quien lo decía sin decirlo era Víctor Dell Aquila, entonces un muchachito de 22 años que esa noche, cuando se acabó el partido que consagró a su selección como la mejor del mundo, saltó a la cancha del Monumental de Núñez para agradecer a esos tipos que no conocía por todo lo que habían hecho por él y su país. Gracias. Te amo. No te conozco pero te amo. Gracias por la felicidad. 

Víctor es hincha del Boca Juniors y su intención era abrazar a Tarantini, que jugaba en ese quipo. Eso era todo lo que quería. Pero cuando lo buscaba en medio del alboroto, del Argentina campeón, de los papelitos que caían del cielo como lluvia festiva, vio que el portero Fillol, a unos metros, caía de rodillas. Y que Tarantini caía a su lado. Víctor, pues, salió corriendo para alcanzarlos como si fuera un jugador más. Como si fuera Kempes o Bertoni, que esa tarde hicieron gol. Como si fuera Maradona, que se había quedado fuera del Mundial, pero que en algún lugar debía estar alzando su mano izquierda al cielo de Dios. La mano de Dios. 

Víctor entonces corrió y corrió y poco antes de llegar adonde estaban sus ídolos arrodillados, frenó. Fue cosa de segundos, uno o dos, para detener el ímpetu de la carrera y no caerles encima. Cuando pasó, las mangas del suéter que vestía se fueron para adelante por la inercia del movimiento y pareció que ese muchachito sin brazos en verdad estuviera abrazando a esos tipos que todo un país quería abrazar. Horas más tarde, cuando Ricardo Osvaldo Alfieri, el fotógrafo que tuvo la puntería de ver aquello, llegó a la redacción de El Gráfico con la foto, decidieron sin vacilaciones que esa sería la tapa del día siguiente. Porque el abrazo, en efecto, era el abrazo de un país. La síntesis de un momento que se extendía mucho más allá del título. La imagen de una Argentina mutilada por la dictadura, cortada en dos por las desapariciones, que a pesar de todo había sido capaz de sobreponerse para salir campeón. El título de la portada fue El Abrazo del Alma. 

Coca-Cola, firma de gaseosas especializada en publicidades que combinen con en el sabor de su slogan, ‘La Chispa de la Vida’, acaba de editar un comercial recreando ese instante congelado hace 35 años. Y como sucedió con la foto, que le dio la vuelta al mundo recogiendo premios y distinciones, el comercial también le está dando la vuelta al mundo. Desde el pasado 17 de marzo, cuando fue publicado en su canal de Youtube, el comercial ha sido reproducido más de dos millones de veces convirtiéndose en algo que, dentro del lenguaje de la realidad virtual, la gente celebra con pulgares erguidos que le otorgan el estatus de viral. El virus es ese mismo abrazo que, pocos saben, estuvo cerca de no existir. 

*** 

Son las nueve de la noche en Buenos Aires y Gilda, la mujer de Víctor, pone el teléfono en altavoz. Víctor tiene 58 años y su voz es ronca. No ronca como la de un hombre mayor, sino más bien ronca y feliz, como la de alguien que acaba de gritar un gol. Cuando de la agencia encargada del comercial lo llamaron para hacerle el ofrecimiento, el hombre de El Abrazo del Alma dijo que sí con una única condición: “que me lleven al Mundial”. Coca-Cola se lo prometió. 

Víctor perdió los brazos cuando tenía 12 años. Fue un accidente a dos cuadras de su colegio ocurrido el 8 de septiembre de 1967. A las siete y cuarenta de la mañana, mientras esperaba a un amigo con el que se iba a jugar fútbol, se subió a un poste luz para ver desde arriba todas las casas y los árboles y las calles del barrio San Francisco Solano, donde él vivía. Pero allá arriba resbaló y no tuvo más que prenderse del cable de alta tensión. El siguiente recuerdo de Víctor aparece ocho días después, en el Hospital de Quilmes, cuando despertó del aturdimiento del coma y ve llorando a su mamá: “Me entré a desesperar y me tuvieron que atar. Mamá lloraba y yo me desesperé porque yo quería secarle las lágrimas y no podía. Ahí me di cuenta que no tenía los dos bracitos”. 

Días después, el niño salió en silla de ruedas al jardín. Quería estar cerca de otros niños que se recuperaban de otras lesiones. Todos, sentados también en sillas de ruedas, jugaban con una pelota que pasaba de mano en mano. Víctor miraba. Hasta que la pelota cayó lejos de ellos, más cerca de Víctor, bajo una rampa a la que ninguno podía llegar. Y así como ocurrió con las lágrimas que le quiso limpiar a su mamá, así como ocurriría muchos años después cuando Argentina saldría campeón, Víctor no pudo aguantar. Fue un impulso, cosa de segundos, uno o dos, que lo empujaron a estirar las manos que ya no estaban. Cuando trató de recoger la pelota, se fue de bruces, se rompió la boca, se dañó un hombro. 

Víctor cuenta eso para poder contar sin contar, para poder decir sin decirlo, que fue allí cuando entendió que la vida tenía propósitos incluso para un niño de 12 años que acaba de quedarse sin manos. “Cuando me llamaron a la sala de operaciones le dije al doctor, doctor, ¿por qué en vez de coserme y operarme, no me mata? yo así no quiero vivir. Y él me dice no: tu mamá te devolvió a la vida porque cuando te tuvimos que amputar fuimos a pedirle permiso y ella fue la primera en decir que sí, que ella te iba a querer fuera como fuera. Así que vos tenés que demostrarle que no fue en vano, que vas a llevar la vida para adelante. Y eso, amigo, es lo que hecho hasta el día de hoy”. 

Antes del accidente, Víctor quería ser futbolista. Y ahora, con su voz de fanático, jura que si nada hubiera pasado, hoy sería un jubilado del fútbol. Tal vez un delantero oxidado o un volante con los meniscos rotos, qué mas da. Cuando habla de fútbol, en el diccionario de Víctor aparecen palabras como pasión, amor, vida, dicha, corazón. El fútbol, pues, a pesar de no haber sucedido como él quería, palpitó de otra forma y fue su terapia de recuperación. Sin falta, cada que podía, empezó a ir a las canchas. Se metía por los alambrados rotos, gracias al favor de un amigo, la ayuda de un fotógrafo. Y cada domingo estaba ahí, oliendo el pasto recién cortado, viendo a esos tipos que lo hacían sentirse completo. Tipos con los que nunca había cruzado una palabra pero que con lo que hacían en la cancha le devolvían las manos, los dedos, los brazos que nadie notaba le hacían falta cuando él festejaba un gol. 

En la final del 78, el hombre que inmortalizó la felicidad de un país con un abrazo, pudo no estar: entró con una boleta regalada. Víctor dice que como ya lo había hecho muchas veces, como ya se había lanzado tantos domingos desde la tribuna para ir a saludar a algún jugador, estaba seguro que si tenía chance en la final, también lo iba a hacer. El chance llegó cuando el árbitro levantó la mano y Víctor creyó que se acababa el partido. Había policías con perros en la pista atlética, pero Víctor aprovechó que estaban lejos, el alboroto, Argentina campeón, los papelitos cayendo del cielo, y saltó con sus 50 kilos de peso. Cuando cayó, se dio cuenta de que el partido no había terminado, sino que el árbitro había levantado la mano para adicionar un minuto. 

Así que corrió. Corrió y corrió hasta que llegó al arco defendido por Fillol y se quedó quietito, junto a uno de los palos, camuflado con su suéter de hilo. Cuando Fillol lo vio de reojo, mientras el balón aún estaba en juego, le dijo asombrado: ¿Qué hacés acá? Víctor, feliz, soltó algo que no pensó, palabras empujadas por un impulso incontrolable, corrientazo de uno o dos segundos que terminó transformado en una respuesta tan hermosa como el abrazo en que esos dos se fundirían segundos más tarde: ¡Lo mismo que vos! ¡Esperando a que se acabe para poder festejar con todos! 

Matías Lafalla, uno de los directores creativos del comercial, encargado en Buenos Aires a la firma publicitaria ‘David The Agency’, dice que allá, en la agencia, están felices. “Esperábamos que le fuera bien pero nos sorprendemos todos los días con lo que está pasando. La gente lo comparte sin parar, a Víctor lo invitan a la televisión, le hacen notas en la radio, en medios gráficos. A pesar de ser una historia futbolera, trascendió todos los límites, llegó a gente que incluso no es fanática del fútbol. También nos sorprende mucho cómo cruzó la frontera de Argentina y llegó a muchísimos otros países. La vida de Víctor es la de un tipo que después de ese accidente siguió adelante, formó su familia, tuvo hijos, una nieta (aparece en el comercial en la cocina de su casa), y a pesar de su discapacidad hace muchas más cosas de las que te imaginás…” 

El comercial fue grabado en tres jornadas, con desplazamientos entre Buenos Aires y Mar del Plata. El momento en que Víctor vuelve a encontrarse con Fillol y Tarantini es real: Víctor estaba pateando penaltis en medio de la grabación cuando una van de Coca-Cola entra a la cancha. “Entonces me dicen, vení, vení, hay dos muchachos que te quieren saludar. Me doy vuelta y están ellos. Entonces después de saludarnos me dicen: mirá, te trajimos algo que ese día en la final vos viste de lejos. Y entonces me muestran la Copa del Mundo y la levantan conmigo. Momento hermoso, amigo, se me cayeron los pantalones de la emoción”. Cuando los tres se volvieron a abrazar, claro, el abrazo fue perfecto. 

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