Columna


Día del padre

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

20 de junio de 2009 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

20 de junio de 2009 12:00 AM

Este año el día del Padre fue caprichosamente movido a mañana domingo. Se confirma que la relación más estrecha del día de los padres es con las primas. Pese a la fragilidad de esos ingresos semestrales, nuestro sistema comercial mantiene perversa apetencia sobre los mismos. Es sabido que están comprometidos de antemano, así como su exigua dimensión. Pero aún así, como en un ejercicio gimnástico del malgastar, inducen al abordaje de renglón tan maltrecho. En el santoral económico que nos rige está consagrado este glorioso día. La mayoría lo sabe contaminado por la ambición, pero subsiste, así sea solo un pretexto la hipócrita dedicatoria. Una de las reglas no escritas más conocida es aquella que establece la necesidad de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. En estos días de agujeros negros y desastres ecológicos, muchos nos conformamos con no talar el árbol. Lo del libro nos preocupa por la abundancia de pésima literatura que se generaría. La paternidad es hermosa institución y una inspirada actividad. Id y multiplicaos fue el mandato divino, sobre cuyas peligrosas repercusiones nos alertó un tal Malthus, sabio y prudente. Por él descubrimos que ningún muchacho traía un pan debajo del brazo. El crecimiento geométrico de la población se comparaba con el anémico incremento de la producción de alimentos. La familia es el centro de gravedad, el núcleo sentimental de la sociedad. Cuando se trata de temas como paternidad y familia nos ponemos serios, y nos llenamos de los más bellos propósitos que acomodamos a circunstancias adversas. Criar unos hijos es el más noble compromiso, pero crear seres humanos que asuman liderazgo en el mundo, es una misión con perfiles divinos. Siempre se ha dicho que los hijos son una prolongación de la existencia. Pretendemos encontrar en ellos rasgos y gestos que los identifiquen con nuestros mayores. Así como reconocer cualidades similares a las que presumimos haber tenido en algún momento. Los excesos llevan a algunos a considerar una estrategia que dibuje conductas. Por fortuna, cada hombre o mujer es distinto. Mantiene semejanzas que pueden destacarse, pero conserva su identidad, su voluntad, su libre albedrío. Además los cromosomas son caprichosos y la voluntad determina inclinaciones, gustos, y procederes. La educación que se da en familia es importante: cada cual hace con ella lo que a bien tenga. Ciertos padres tienen la pretensión de preparar sus hijos para la vida; otros tienen la enfermiza megalomanía de preparar la vida para los hijos. Pero el lunar, en unos y otros, son aquellos que poseen la verdad revelada, y que piensan que pueden ser educadores de modernos semidioses. Hay deformaciones insólitas: algunos se acogen a una brutalidad espartana para endurecer al hijo. Otros que tienen un milagroso sistema de educación, con estímulos y castigos, que consigue resultados “increíbles”. Cuando nos ufanamos de una estrategia siempre observamos la indulgente mirada de nuestros amigos, y a veces la burlona sonrisa que dispensan a dilatados esfuerzos y al cacareado proceso que en ocasiones no es más que retórica barata. El momento más patético es cuando vemos a los hijos envejecer, mientras nosotros nos seguimos creyendo unos muchachos. augustobeltran@yahoo.com

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