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La lección de Transmilenio

Tras los desórdenes que se presentaron en Transmilenio, por una protesta de los usuarios exigiendo un mejor servicio y una tarifa más económica, el debate sobre la eficacia de este sistema de transporte masivo, que se ha replicado en las principales ciudades colombianas, volvió a ocupar el interés de los medios y de la opinión pública.
Uno de los aspectos más polémicos ha sido sin duda la sostenibilidad económica del sistema y el esquema financiero que garantice a los operadores las utilidades necesarias que aseguren su continuidad y mejoramiento.
Para solucionar este problema se está hablando de modificar los contratos suscritos con los operadores, al hacerse evidente que en su momento no se tuvieron en cuenta factores que modificarían dramáticamente las variables que lo afectan.
Además, es evidente que Transmilenio se planificó con una gran falta de visión sobre el crecimiento del sistema, sin controles para evitar deficiencias en su operación, y sin vigilar que su infraestructura fuera construida con las especificaciones calculadas.
Y como si esto fuera poco, cuando se empezó a pensar en la integración de Transmilenio con otros modos de transporte ya el sistema había empezado a colapsar y había desbordado su capacidad.
Otros factores que lo afectan son los problemas para una fluida venta de tarjetas y tiquetes, el aumento de la inseguridad dentro y en las cercanías de las estaciones y la falta de cultura ciudadana que convierta a cada pasajero en un defensor del sistema, como se vio en el Metro de Medellín.
Aunque su escala es mucho mayor, en Cartagena debe analizarse muy detalladamente la crisis que vive Transmilenio para que no se repita aquí con Transcaribe.
De hecho, antes de que haya empezado a funcionar, ya tiene Transcaribe problemas muy graves que hacen temer por la sostenibilidad e incluso por la operación misma del sistema.
Todavía no hay una fecha exacta para la terminación de toda la infraestructura y hay preocupación por tramos como el Bazurto, donde se presentan las mayores complicaciones y obstáculos.
La integración para el sistema multimodal, que en Cartagena incluye a los cuerpos de agua como una oportunidad única, sólo se le ha explicado a la ciudadanía a manera de un proyecto posible y no de una realidad inminente.
En cuanto a la operación, no se conocen cálculos integrales sobre los costos, y los topes puestos al valor del pasaje son por ahora cifras teóricas que podrían estar desfasadas de la realidad en dos o tres años.
Y un aspecto más inmediato, la salida de circulación de los buses viejos sobrantes, que debería estar definido a estas alturas, apenas comienza a discutirse y tiene visos de convertirse en un obstáculo más.
Ojalá estos problemas ya detectados en Transmilenio se enfrenten antes que el sistema esté funcionando y entonces sea obligatorio aplicar soluciones inadecuadas y caras.

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