Educación


El poder de la lectura en voz alta, según Gabriela Arciniegas

COLPRENSA

10 de agosto de 2014 09:31 AM

Siendo hija del historiador Germán Arciniegas, para nadie fue una sorpresa que ella se dedicara a la escritura, en especial de obras para el público infantil, por lo que apoya la campaña '¡Apégate a la lectura en voz alta!', del Ministerio de Cultura, para que los padres les lean a sus hijos por lo menos 15 minutos diarios.

Próximamente Arciniegas lanzará tres nuevos proyectos: un libro de traducciones de poemas en inglés, uno de cuentos para adultos y una reedición de su novela infantil, El Misterio de Candleia (1987).

- ¿A los niños por qué les gusta tanto que les lean historias?
Cuando los niños leen o escuchan una historia, es como si la vivieran, los afecta en el fondo de la vida. Los adultos analizamos y en el mejor de los casos, absorbemos lo que leemos. En cambio los niños son absorbidos por lo que leen, porque cuando un niño lee o escucha un cuento, se está midiendo el mundo, como quien se mide un par de zapatos.

- ¿Cómo fue su experiencia con dos niñas que padecían una depresión profunda y de repente volvieron a jugar y reír con sólo escuchar un cuento?
En la Fundación Padua, dependencia del Instituto F. D. Roosevelt de ortopedia, en Chía. Era un lugar para la convalecencia, los post-operatorios, donde había niños de varias regiones del país, y yo iba como voluntaria a contarles cuentos. Una de esas niñas, de seis años, se llamaba Gilma y tenía una mirada muy dulce, pero no hablaba sino cuando tenía pesadillas; gritaba '¡corran, corran!'.
Yo me puse a contarle cuentos a Gilmita, que estaba enyesada, y fueron llegando otros niños alrededor. Les conté el cuento del niño que tenía una gata, y la gata quería que pensaran que era humana, entonces se vestía con ropas de muñeca y sombreros. Luego una viejita los adopta y les pone un plato de sopa; el niñito, que era huérfano y estaba hambriento, comía desaforadamente. De pronto dije: “la gatica metió la nariz entre la sopa y empezó a sorber…” En ese momento Gilmita soltó la carcajada. La historia la consumió, y con esa risa ella volvió a animarse, volvió a hablar. Fue instantáneo. Siempre he querido averiguar quién es el autor de ese cuento, para decirle lo que logró.

- ¿Los niños viven los cuentos?
Sí. He oído decir que la fantasía es un escapismo de la realidad, pero eso es un disparate. La realidad está reflejada en los cuentos fantásticos, por medio de símbolos. Los niños cuando oyen “había una vez…” saben que se trata de una fantasía, saben que en la vida real no se matan dragones, que matar en la vida real es malo, pero el dragón, el lobo, esos personajes representan emociones que los niños sienten: la ira, el miedo, los anhelos.
El héroe lucha contra el miedo, por ejemplo, y es importante que el héroe gane y que las historias tengan un final bien pensado, porque ahí les estamos diciendo a los niños, “tú puedes ganar”, y así ellos van adquiriendo valores. Los cuentos son lecciones subliminales de amor.

ENCUENTRO CON SU PADRE

- ¿Su padre, el historiador Germán Arciniegas, le leía cuando niña?
Él inventaba rimas y chistes. Nos leía poemas, como La Perrilla de José Manuel Marroquín (1827- 1908) que decía, “…no era una perra sarnosa, era una sarna perrosa, y en figura de animal…” Eso nos hacía reír. También fábulas de Rafael Pombo. Pero la que más nos leía era mi mamá, y mi hermana mayor también. En una época incluso tuvimos institutriz, y ella nos leía las fábulas, leyendas y chistes del escritor español Saturnino Calleja (1853-1915).

- Usted escribió Minisurumbullo, una de las historias que dan vida a la séptima edición de la serie infantil del Ministerio de Cultura, Leer es mi Cuento. ¿De dónde viene esa historia?
Nació de un chiste que la gente echaba sobre un roedorcito que se había metido en la bandeja del dulce de icaco. Ya sobre la mesa, el niño de la casa empezaba a preguntar, “¿pero el icaco tiene ojitos?”, “¿y el icaco tiene cola?”. Entonces un día cuando yo tenía unos veinticinco años, estaba en un taller de escritura creativa en la Universidad de Nueva York, y la maestra Lee Wyndham nos pidió que lleváramos un cuento. Yo decidí cambiar el punto de vista del cuento tradicional y contarlo desde la óptica del ratoncito. Y ponerle un final.

- ¿Y ese nombre?
Un surullo es un enredijo de cosas. En Antioquia se dice, “es que se me ensurulló todo”. Y un bullón es un bultico, esponjoso, algo abullonado. De ahí que el ratoncito es algo entre un pequeño surullo y un bullón, y quedó Minisurumbullo.

- Entonces, siguiendo lo que nos dijo sobre los finales, ¿es importante que el ratón se salve?
En este caso sí. J.R.R. Tolkien, el escritor británico y autor de El Señor de los Anillos, llama esos cambios repentinos “eucatástrofes”. Es un término que él mismo acuñó, y se refiere a un giro de los acontecimientos que salva al protagonista. Tolkien dice que la eucatástrofe produce “un júbilo más allá de las paredes del mundo”.
 

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