Educación


“La Filosofía sí sirve, pero debe enseñarse bien”

No podría catalogarse como noticia el hecho de que el alcalde de Cartagena, Manolo Duque Vásquez, haya afirmado que la Filosofía sirve de poco a los jóvenes bachilleres de escasos recursos, pero sí fue un comentario que generó reacciones airadas y hasta sarcásticas en las redes sociales, sobre todo venidas del sector académico, desde donde muchas voces se explayaron detallando la importancia de tal materia en la formación de los seres humanos.

El Universal logró contactar al filósofo cordobés Eduardo López Vergara, egresado y docente de la Universidad de Cartagena; y especialista en Educación Virtual, con quien dialogamos sobre el papel de la Filosofía en la existencia humana, su enseñanza en los colegios de bachillerato y su posibilidad de formar mejores ciudadanos.

Desde el jardín

¿Tuvo razón el alcalde Manolo cuando cuestionó la utilidad de la Filosofía?

--Si partimos del hecho innegable de que durante todos estos años la Filosofía se ha estado enseñando mal en los planteles de bachillerato, entonces sí es posible que tenga razón. Porque a un joven recién salido del bachillerato y con poca preparación para asumir una carrera universitaria, ¿qué le solucionamos hablándole de Hegel, de Kant o de Heráclito? Nada. Pero lo cierto es que la Filosofía sirve para todo en la vida. Por eso soy un convencido de que no debería esperarse a que el niño llegue al bachillerato para hablarle de ella, sino que se le enseñe desde el jardín infantil, pero no en el sentido de atiborrarlo de nombres raros y de corrientes de pensamiento, sino de enseñarlo a cuestionar, a preguntar el por qué de todas las cosas. De ese modo, obtendríamos un estudiante que no actúa llevado por la moda, la tradición o la presión social, sino que aprende a tomar sus propias decisiones; y lo más probable es que se convierta en un excelente ciudadano, porque no traga entero, ni cree que una sola persona o gremio tienen la verdad absoluta; ni permite que personas de dudoso comportamiento o de poca preparación lleguen a ser concejales, alcaldes, gobernadores, diputados o administradores de justicia.

¿Es solamente la Filosofía lo que se está enseñando mal?

--Es todo el sistema educativo colombiano el que funciona mal, porque está planteado en términos productivos y no en términos humanísticos. Es decir, en vez de enfocarnos en construir al ser, nos direccionamos hacia la consecución de la riqueza y el poder. No estudiamos para servir, sino para aplastar a los demás. Competir y ganar como sea es la idea que nos hemos dejado sembrar. De esa forma de educación, también salen los individuos fácilmente manipulables, lo que hace que no haya una verdadera ciudadanía, puesto que los grandes medios de comunicación, y todo el aparato estatal, se dedican a propagar argumentos que la gente asume como “verdades” que pueden tragarse sin desmenuzar; y he ahí una de las causas de la falta de valores que permite la corrupción en todos sus niveles. Por andar desprevenidos, nos dedicamos a aplaudir lo reprochable y a reprochar lo plausible.

¿Por qué se ha venido enseñando mal la Filosofía?

--Porque lo que en realidad se ha hecho es enseñar una muy mala historia de la Filosofía, en vez de sembrar conciencia crítica en el individuo desde la niñez. Pero se espera que el niño llegue al bachillerato para decirle que Aristóteles dijo tal cosa, que Anaximandro dijo esta otra, que Hegel expuso lo otro, etc., cuando lo que debería hacerse es llevar toda esa teoría al plano de lo práctico, de la vida real. Con eso se lograría que el profesor deje de ser el sabelotodo y que los alumnos aprendan a conseguir la verdad (o lo que se aproxime a ella) entre todos; que el docente les dé herramientas para que hallen en la vida cotidiana si los grandes filósofos tenían la razón o no. Hegel, por ejemplo, parte del hecho de que absolutamente nadie tiene la razón. Por eso plantea una tesis, una antítesis y una síntesis creadas con base en la información que todos aporten, y es así como se construye el conocimiento. Lo que se ha hecho hasta ahora es creer que el alumno es una botella vacía a la que se le puede llenar de una información parcializada para que después repita como un loro, sin conciencia crítica, en aras de conseguir una buena nota. Claro, es que el profesor también es una víctima que viene a enseñar una sarta de equivocaciones que aprendió durante el mal bachillerato que le impartieron.

¿Esa mala enseñanza es desprevenida o es planeada por el establecimiento?

--Es toda una programación del establecimiento. Yo recuerdo que años atrás en los colegios se enseñaban la Cátedra Bolivariana y la Urbanidad de Carreño, áreas que, de alguna forma, estaban dirigidas a construir al ser, lo que es también construir filósofos y buenos ciudadanos. Era la época de “la letra con sangre entra”, pero no se puede negar que se levantó una generación de gente responsable y con sentido de pertenencia, porque no había el facilismo con que estudian los muchachos ahora. La poca educación de calidad con que cuenta el país es cara, hablando de los planteles privados; mientras que en las universidades públicas las exigencias para ingresar no se compadecen con el mal bachillerato que recibieron muchos de los aspirantes. Una gran masa de ellos o se queda en la informalidad o aprende alguna carrera técnica, si es que no incursiona en la delincuencia. Y ahí volvemos al problema de la educación planteada en términos productivos en vez de humanísticos. Un muchacho pobre, sin conciencia crítica y mal fundamentado a nivel de conocimientos, lo único que procura es no morirse de hambre y eso lo hace vulnerable a cualquier ofrecimiento, porque lo que hay es que conseguir dinero y poder como sea.

¿Cree usted que la academia ha estado presente en la realidad social de Cartagena?

--De pronto no me quede bien decirlo, porque pertenezco a ella, pero de alguna forma la academia siempre ha estado de espaldas a esa realidad. El ejemplo más palpable es cómo se ha venido desplazando al cartagenero de su propia ciudad. Anteriormente, todos los cartageneros tenían que ver con el llamado Corralito de Piedra y todos se sentían apropiados de su simbología, de sus calles, sus plazas, sus monumentos, etc. Pero, de un momento otro, unos pocos determinaron que para comercializar ese Corralito de Piedra había que sacar a los cartageneros. Y quienes teníamos el conocimiento académico para oponernos a eso, nos quedamos callados. Y no nos extrañemos que con el tiempo la ciudad sea cerrada y los únicos cartageneros que puedan entrar a ella sea la servidumbre que laborará en las casas de los foráneos y en los grandes establecimientos comerciales.

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