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Maritza: la cobra que defiende la cultura festiva cartagenera

El Universal
Cartagena

Dejarse contagiar por la sonrisa, el carisma y la creatividad de Maritza Zúñiga es inevitable.

Son más de 30 años los que lleva encantando tanto a propios como a visitantes con su talento y con ese amor que profesa hacia las tradiciones cartageneras, pasión que se ve reflejada cada vez que se viste de cobra y recorre con alegría las calles del Corralito de Piedra en época festiva, en especial el 11 de noviembre.

Detrás de los tocados, pinturas artísticas, el brillo, los colores y los ajuares llamativos está una artista plástica, a quien desde pequeña se le inculcó que la clave para cambiar el mundo está en hacer feliz a los demás a través del arte.

Maritza tiene 50 años y 32 de estos los ha dedicados a revitalizar los procesos festivos de Cartagena. Recuerda como si fuera ayer cuando su padre se disfrazaba de mujer y  de paso la vestía a ella y a sus cinco hermanas de palenqueras para conmemorar las fiestas tradicionales de Villanueva, su pueblo natal.

“Lo que me motivó a hacer parte de este proceso en las Fiestas de Independencia de Cartagena fue el ejemplo que vi en mi padre, Santander Zúñiga. Él  se disfrazaba y participaba en los carnavales en el pueblo donde habitaba. Se vestía de mujer y a nosotras, sus hijas, de campesinas, de negritas y salíamos de casa en casa con ese disfraz familiar”, recuerda Maritza, quien además reconoce con tristeza que todo tiempo pasado fue mejor, teniendo en cuenta que a medida que los años transcurren todas esas tradiciones se van desvaneciendo.

Un largo camino

Esta actora festiva de Cartagena inició con las artes plásticas en 1989, año en que participo por primera vez en el proceso dancístico en el cabildo de Getsemaní.

Después de esto empezó con el proceso de elaboración de los elementos festivos, como son las figuras para carrozas, disfraces y demás.

La principal motivación para ayudar a cambiar el rumbo de las Fiestas de Independencia fue cuando empezó a ver que en estas ya la gente había perdido ese espacio, ese disfrute, ese goce y que el cartagenero nativo como tal se iba para otras partes dejando de lado a sus ancestros, a su propia identidad.

“Me motivé por los disfraces porque ya le gente dejaba de usarlos y los que medio aparecían lo hacían con cualquier trapo, usaban la ropa vieja, la peor que tenían en su armario”, recuerda Maritza.

Y hablando de disfraces, el primero con el que se dio a conocer fue el de tigresa, en el 2004; un año después diseñó el traje Cartagena, que era un compilado de todos esos elementos que hacen especial a la ciudad: las muralla, la flora y la fauna. Este último traje, como ella misma dice, no gustó mucho, por lo que se dispuso a reinventarse con una obra que llegara directo al corazón y mente de las personas.

“Me propongo a los pocos años a participar en un taller de formación con el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), con un artesano procedente de Galapa, Atlántico, para la creación de máscaras y tocados. Después de tanto pensar en un personaje que lograra recordación es que nace el diseño de la cobra”, dice.

Fue ahí cuando hizo sus apariciones formales en actos culturales. “El disfraz de la cobra hizo su primera aparición en el cabildo de Los Calamares, lo cual fue muy emotivo para mí porque gustó demasiado. Yo no tenía pensado llegar tan lejos con la cobra, todo lo hacía era por disfrutar de las fiestas.

“Después lo llevé al cabildo de Las Gaviotas, al  El Socorro, Torices y demás comunidades. Después de vivir esa experiencia en los barrios y ver la acogida hago la aparición en el Desfile de la Independencia y todo el público que había visto el disfraz en los cabildos de los barrios me fue a ver a la avenida Santander”, recordó.

La cobra se expande
Después de alcanzar el éxito y el reconocimiento con el sudor de su frente, fue su esposo e hijas los que se motivaron a disfrazarse de cobras y acompañarla.

El tiempo pasó y ya son 50 personas que integran la comparsa, que está dividida en dos grupos: el infantil, que sirve de semillero, y el de jóvenes y adultos.

Para hacer parte de este grupo lo primero que debe haber es compromiso, ya que la preparación para las fiestas empieza desde principio de año. “Esto no se trata solamente de bailar. Los integrantes tienen que estudiar el ofidio en sus características como el proceso de sensibilización que se ha venido adelantando a lo largo de los años. Es importante entender el por qué de la fiestas y la esencia de la cobra. Además, cada uno debe ayudar a la construcción de su propio disfraz y a aprender a maquillarse ”, explica.

El objetivo de la academia no es solo trabajar con niños y jóvenes con talentos, sino con aquellos que tienen dificultades emocionales, ya que tratan que sea un trabajo que le aporte a su formación integral y desde lo festivo rescatar la identidad, las tradiciones y la memoria colectiva.

Galardonados

La comparsa de la cobra ha tenido muchos reconocimientos, el primero fue en las Fiestas de Independencia como mejor disfraz individual, luego mejor disfraz colectivo. Simultáneamente esta agrupación llega al Carnaval de Barranquilla y hoy han obtenido cinco Congos de Oro.

Pero más que unas estatuillas, para Maritza su máxima distinción la recibió hace un par de semanas al ser nombrada por el IPCC como Lancera de Independencia, un mérito que se le da a los actores festivos que más han trabajado por contribuir en la cultura de las fiestas.

Toda una maestra

Su labor de gestora cultural va más allá de desfilar en las fiestas y crear una comparsa, pues también es docente en la Escuela Normal Superior, donde por medio de su talento  hace que se fortalezcan las tradiciones de Cartagena. “El proceso cultural lo resaltamos por medio de un cabildo, que ya hace parte de la agenda de las Fiestas de Independencia y en el que participan 32 comparsas. En este hay inclusión, pues bailan maestros, aseadores, vigilantes, estudiantes, en fin... todo el mundo”.

En la Escuela Normal se trabajaa partir de tres ejes: la memoria colectiva, la identidad y el salvaguardar las tradiciones, todo esto a través de un proceso de montaje coreográfico y talleres de maquillaje. “En la Escuela Normal saben el significado de la danza y su contexto como tal. Ellos no bailan por bailar, saben por qué lo hacen y tratamos de sembrarle todo ese amor porque prevalecen los valores”, concluye.